El ‘niño interior’ marca al adulto

Georgina Montalvo

Agencia Reforma

El concepto de “niño interior” tiene origen en el psicoanálisis y “se refiere a todas las experiencias que tenemos cuando somos pequeños, cuando nos vamos estructurando como personas independientes y aprendemos valores, límites, cómo comportarnos, cómo interactuar con los otros; todo esto nos conforma y nos deja una huella muy importante en esos primeros años de vida”, explica Amparo Miranda Salazar, docente de la Universidad del Valle de México (UVM).

Por lo anterior, recuperar a ese niño o niña puede ser sólo la mitad del trabajo para obtener el bienestar emocional, pues si las experiencias vividas en la niñez dejaron un mal sabor de boca, después de contactar al niño interior, se deben traer al consciente las emociones que esas vivencias generaron y transformarlas para dejar de padecerlas inconscientemente.

“A partir de comprender qué es lo que pasó durante los primeros seis años de vida (según el psicoanálisis) nos va a ayudar a comprender qué es lo que está sucediendo ahorita, cuáles son las bases que estructuraron a esa persona, qué generó sus reacciones o su manera de interactuar con los otros; comprendiendo esto, podemos ayudarla a que lo estructure de forma distinta o se lo explique de manera funcional para que pueda reaccionar o funcionar de otra forma”, agrega la también directora de Servicios Clínicos, en la asociación civil Psicología y Educación Integral (PEI).

Por ejemplo, cuando se ve a una joven haciendo un berrinche igual que una niña de 3 años o a un hombre emocionarse como un niño de 5 al comprarse un auto nuevo, son actitudes que están totalmente vinculadas con su niño interior.

De vuelta a la infancia Una etapa en la que de manera casi natural sale ese niño interior es cuando llega el momento de la maternidad y paternidad. “Cuando somos padres y nos ponemos a jugar con nuestros hijos, vemos el mundo nuevamente con esos ojos, jugamos como adultos, pero con el gusto, la frescura e inocencia genuinos que tienen los niños”, considera Miranda Salazar.

De ahí los beneficios de disponer de un tiempo para jugar con los hijos.

Pero cuando el ser padre o madre se vive con angustia por no querer que los hijos vivan las mismas malas experiencias que los primeros experimentaron cuando fueron niños, conviene pedir ayuda terapéutica.

También cuando se es una persona de 40, 50 o hasta 60 años que sigue responsabilizando a sus padres de situaciones que los hicieron sentir mal cuando eran niños, porque en este caso ya son adultos que justifican sus acciones, generalmente las que les traen problemas o afectan a otros, con los que les pasó en la infancia.

“Cuando hay cosas que no sabemos por qué las hacemos o reaccionamos así y eso nos causan malestar, es conveniente la ayuda de un profesional en psicoterapia”, recomienda la profesora de la UVM.