Staff Agencia Reforma
MÉXICO, DF 20-Abr .- Cruzó el Río Bravo como miles de sus contemporáneos, pero lo hizo hacia el sur y ofreció su vida en sacrificio por el País al que junto con su familia quiso pertenecer.
Aunque Ignacio Zaragoza -héroe de la Batalla de Puebla- nació en Texas, en ningún momento se le puede considerar extranjero pues vio la primera luz cuando esa entidad pertenecía a México.
Nació el 24 de marzo de 1829 en la Bahía del Espíritu Santo, cinco años después de que se decretara la creación del Estado de Coahuila y Texas.
Aún así, su origen es discutido por los historiadores, pues hay quienes consideran que no puede considerársele netamente coahuilense.
“Era más bien era texano, aunque Coahuila y Texas estaban unidos en ese periodo”, indicó el historiador Carlos Recio Dávila.
El también historiador, Javier Villarreal Lozano lo considera más bien coahuiltexano, gentilicio válido para designar a quienes nacieron en la época en que ambos Estados eran uno sólo.
Aún así, Coahuila lo adoptó como héroe y hoy su apellido es el mismo que el del Estado.
“Fue muy importante para los coahuilenses el que un hombre de nuestra tierra se insertara de una manera tan brillante en la historia de México”, explicó Villarreal Lozano, “por eso el Estado se llama Coahuila de Zaragoza.
“Representó la inserción del Noreste en el devenir nacional, pues si analizamos la historia de México antes de la Guerra de Reforma, es muy marginal la participación de estos Estados que componían las provincias internas de oriente”.
Zaragoza estudió en Nuevo León y Tamaulipas donde recibió formación militar.
Al iniciar la Revolución de Ayutla, iniciada por Juan Álvarez con el objetivo de derrocar a Antonio López de Santa Anna.
“Su Alteza Serenísima” se negaba a dejar la Presidencia, botín político al que accedió en 11 ocasiones, la mayoría por cortos periodos.
Desde entonces luchó al lado de los liberales.
A sus 30 años fue nombrado Ministro de Guerra por el Presidente Benito Juárez, cargo que dejó para encargarse del Ejército del Oriente.
Sin decadencia
Tras protagonizar la heroíca defensa de Puebla, el 5 de mayo de 1862, Ignacio Zaragoza no vio la derrota que el ejército francés le propinó a las fuerzas mexicanas un año después en el mismo escenario.
La tifoidea cegó su vida el 8 de septiembre de 1862, a la edad de 33 años.
Para Recio Dávila, la inmortalidad histórica de Zaragoza se debe a dos factores, el primero es que en México no habían surgido grandes estrategas militares antes de que se integrara a la milicia.
El otro, es precisamente su muerte prematura en la edad plena, lo que lo convirtió en un mito.
“El hecho que haya muerto joven es algo como lo que sucede con los artistas”, externó, “como James Dean, mueren en la flor de la edad y pasan a ser un mito.
“La juventud y su papel de estratega juegan un papel clave”.
A diferencia de otros militares que también combatieron a los ejércitos franceses, entre ellos Porfirio Díaz Mori, Zaragoza no tuvo una época de decadencia, lo que le permitió morir con la gloria sobre las sienes.
“Zaragoza muere elegido por los dioses”, apuntó Villarreal Lozano, “los griegos decían que los elegidos de los dioses morían jóvenes.
“Ni siquiera le tocó ver perder la ciudad que había defendido”.
Una batalla, no la guerra
Aunque es una de las celebraciones más importantes del calendario cívico, la Batalla del 5 de Mayo no fue un verdadero parteaguas en la guerra de intervención francesa, iniciada en 1862.
Los planes expansionistas del emperador de Francia, Napoleón III, y el deseo vehemente de los conservadores por restaurar una monarquía en México no se frenaron en la encarnizada lucha que protagonizó Ignacio Zaragoza en Puebla.
Unos meses después, Napoleón III envió más tropas a México y el ejército invasor se organizó nuevamente.
En marzo de 1863, las tropas francesas al mando del mariscal Elías Federico Forey sitiaron Puebla por 62 días, y la gloria del 5 de mayo quedó atrás.
Para Villarreal Lozano, la Batalla del 5 de Mayo fue significativa porque levantó la moral del pueblo en general, que observó que era posible derrotar a los invasores con el ideal de no ver al País sometido por un poder extranjero.
“El impacto fue seguramente, en primer orden, en lo sicológico”, apuntó, “los mexicanos en aquel tiempo se convencieron de las posibilidades de vencer al ejército, en ese momento, mejor preparado del mundo.
“Creo que fue importantísimo para alentar al patriotismo y animar a los republicanos a continuar una lucha que finalmente ganaron, no por la vía de las grandes batallas, más bien por el acoso de las guerrillas”.
Recio Dávila coincide en este punto de vista, pues en su opinión resultaba un aliciente para una nación que apenas vivía sus primeras décadas de vida.
“Se trata de una victoria del Ejército Mexicano en un momento en que México se encontraba fraccionado”, explicó, “no sólo porque su territorio se había fraccionado 16 años atrás, sino por las dos fuerzas políticas: conservadores y liberales.
“Entonces el rol de esta batalla es significativo un poco por el orgullo que despierta en esa nacionalidad del mexicano que se estaba formando, pero definitivamente no fue una batalla decisiva”.
La intervención de Francia, con el afán de ser un contrapeso para la nueva potencia en que se convertía Estados Unidos, propició el establecimiento del imperio encabezado por Maximiliano de Habsburgo.
Fiesta en el extranjero
Durante las últimas décadas, el 5 de Mayo se ha convertido en una gran fiesta tradicional para los mexicanos que radican en Estados Unidos.
Lejos de las ceremonias sobrias que se organizan en gran parte del País, los paisanos han convertido el encuentro con las fuerzas galas en una celebración similar a la del 16 de Septiembre, Día de la Independencia.