Viridiana Flores
Agencia Reforma
Quién no ha probado un plato de capirotada con un vaso de leche entre febrero y abril. Esta dulce preparación se remonta al siglo 15 en Roma, donde ya utilizaban la técnica de colocar una capa sobre otra para realizar un platillo hecho con carne, ajos, especias y pan.
“Ya en el siglo 18, en México, se le dio un simbolismo religioso: el pan significa el cuerpo de Cristo; la miel es la sangre; la canela es la cruz; los clavos de olor, con lo que fue clavado, y el queso sería el Sudario de Cristo”, platica el investigador histórico, Elías González. Alrededor de este plato típico de Vigilia, el cual se consume en el occidente y centronorte del País, surgen historias y leyendas.
Una de tantas es que la servidumbre en las casas de los europeos veía el budín español elaborado con picón, leche, castañas, vainilla y azúcar, y según González era un aguinaldo (premio) para el viernes de Vigilia luego del ayuno.
Pero como la servidumbre no tenía acceso a los ingredientes del budín español, a alguien se le ocurrió guardar pedazos de pan y sustituir la leche por agua, el azúcar por piloncillo, la vainilla por la canela, el jitomate también lo incluyeron para darle cuerpo y hasta que finalmente dieron con el almíbar. Sobre el nombre capirotada se cree que se le dio por el color similar al del becerro capirote.
Con el paso del tiempo y según la región, la receta se ha modificado, algunos le agregan plátano macho o guayaba, otros leche y hasta huevo. González sigue la tradición de la receta que elaboraba su abuela Francisca Larios y su mamá María de los Ángeles Vázquez, la cual comparte.