Alertan a Reyes Magos sobre juguetes bélicos

Georgina Montalvo

Agencia Reforma

Pistolas, espadas, navajas, videojuegos que dan puntos por matar violentamente a otros… la oferta es amplia y ellos los piden, pero si Santa Clos o Los Reyes Magos atienden su deseo, papá y mamá o cualquier adulto que esté a cargo de los niños adquieren el compromiso de usarlos con ellos para evitar que trasladen esas formas de juego a la vida real.

“Pueden crecer bajo el entendido de que los problemas se pueden solucionar con el uso de esos artefactos e insensibilizarse ante el sufrimiento de los otros”, advierte Lucía Hefferan, académica de la Escuela de Pedagogía de la Universidad Panamericana (UP).

Estos juguetes también pueden hacer que la violencia se “vea divertida y fácil; además, les presenta el mundo como un lugar violento y atemorizante”, considera el grupo estadounidense Profesores en Resistencia contra el Entretenimiento no Saludable (Truce, por sus siglas en inglés).

Los adultos tendrán que empeñarse en dejar claro a sus hijos que el uso de esos juguetes pertenece sólo al ámbito de juego y que lo que se hace con ellos no debería suceder en la vida real porque usarlos implica lastimar a otros.

El juego educa

Los juguetes que promueven la violencia no son más peligrosos mientras más sofisticados son, quizá los padres de ahora jugaron con una rama de árbol imaginando que era una espada o una pistola.

Lo que no se debe perder de vista, agrega Hefferan, es que antes y ahora el juego cumple la función de educar.

“Cuando las armas se utilizan para defender a la princesa de sus raptores, liberar al anciano de una prisión, capturar a los malos de la historia, el menor identifica el uso más adecuado de estos artefactos.

“Sin embargo, cuando estos artefactos son utilizados como una forma de descargar agresión o porque los niños imitan la violencia que viven en casa, pueden ser usadas las armas como instrumento ofensivo y destructivo y es una manera que el niño tiene de descargar su enojo o inconformidad”, ejemplifica María Martina Jurado Baizabal, coordinadora del Diplomado de Terapia de Juego en la Facultad de Psicología de la UNAM.

Catarsis

Jugar o imitar la violencia sirve también para que los niños canalicen sus pensamientos y sentimientos que les genera ver frecuentemente imágenes violentas o confusas en los medios.

Los profesores de Truce sugieren a los padres observar cómo juegan los niños y que, en caso de que el juego se torne atemorizante para alguno de ellos, intervengan “con delicadeza” e intenten redirigir el juego.

“Por ejemplo, proporcione juguetes que pueden mejorar las cosas, tales como vehículos de rescate y equipamiento médico”, dicen.

Se trata de ampliarles el panorama hacia encontrar la solución o la reparación de los daños generados por la violencia, y una vez finalizado el juego, conversar con ellos acerca de cómo se sintieron jugando así.

En el caso de los videojuegos, “si la violencia explícita tiene como objetivo destruir para ganar, el niño puede llegar a considerar la violencia como una forma normal de expresarse y puede catalogarla como algo normal; en este sentido, los padres juegan un papel muy importante para seleccionar adecuadamente los videojuegos”, comenta Jurado Baizabal.

Congruencia

Así como el juego representa para los niños una herramienta educativa, especialmente en su primera infancia (de los 0 a los 6 años), el comportamiento de los adultos con los que convive será su referencia para aprender a convivir con los demás.

“Los niños y niñas al jugar generalmente representan las vivencias que tienen en su familia, su entorno y su ambiente. Si viven en un ambiente violento, sus juegos serán agresivos. Es bien sabido que, en la mayoría de los casos, un niño maltratado en su adultez será un padre maltratador”, explica la psicóloga de la UNAM.

Por esa razón, hacer del juego una vía para la convivencia en familia, es una buena opción para que los niños crezcan en un ambiente positivo para su desarrollo emocional.

“El juego siempre debería ser el método educativo en la familia, normalmente se quiere educar diciendo ‘ya siéntate a comer’, y la opción sería jugar ‘a ver quién se sienta más rápido a la mesa’. Hacerlo así ayuda a toda la familia a bajar el estrés y a promover mayor cordialidad”, concluye Hefferan.