Georgina Montalvo
Agencia Reforma
Esas son algunas actitudes de hombres y mujeres de más de 30 años que gustan de seguir anclados en la adolescencia y no asumir la vida adulta.
“Tras trabajar con adultos en psicoterapia, veo la frecuencia con que el dolor de la invisibilidad en su vida doméstica durante la infancia es claramente un factor central de sus problemas de desarrollo y de sus inseguridades en las relaciones adultas”, refiere Nathaniel Branden en Los Seis Pilares de la Autoestima (Paidós).
“Que seamos una sociedad de adultos infantiles no es una novedad, hombres y mujeres con 30 o 60 años significa lo mismo: si yo no he obtenido los cuidados que merecía siendo niño, no importa la edad que tenga, sigo reclamando la teta de mamá”, explica la terapeuta familiar Laura Gutman.
Por ello, es común encontrar por pareja hombres y mujeres que demandan cuidado y atención como si fueran niños.
“Nos asombra que un señor de 50 o 60 años siga pidiendo que todos satisfagan sus necesidades como si fuera un niño pequeño, y en el fondo, emocionalmente tiene razón, porque eso no lo ha obtenido”, agrega Gutman.
Pero, considera, lo que diferencia a los adultos de los niños es que los primeros pueden hacer un trabajo de indagación personal para comprender de dónde proviene su vacío interior y hacer algo al respecto.
La idea es no confundir los caprichos con la experiencia de hacerse responsable de uno mismo.
“Al igual que nadie puede respirar por mí, nadie puede asumir ninguna de mis restantes funciones vitales básicas, como la de ganar la experiencia de la eficacia personal y del respeto a mí mismo”, indica Branden.
Si alguien insiste en ser “primero yo y primero mis propias necesidades”, quizá su vacío emocional sea tan grande que si no lo llena siente que “muere”.
Ese sentimiento de muerte puede ser tan real para esa persona que “lo importante no es decirle qué está mal de lo que está haciendo, sino qué le corresponde revisar y comprender qué es eso que le pasa y por qué le pasa”, recomienda Gutman.