Por: Elena Camarillo, Organizadora de la comunidad latina en el àrea de Seattle
Escuché hablar sobre votaciones presidenciales por primera vez cuando tenía como 8 años. Como la ‘b’ y la ‘v’ suenan igual en español y yo conocía el verbo botar, deduje que los adultos hablaban de botar. Los imaginé saltar en una cancha de basquetbol cuando alguien mencionaba el nombre de su candidato. Sin embargo, intuí que elegir al presidente de la república mexicana no se trataba de un juego cualquiera, así que le pedí a mi mamá que me explicara. Me quedó muy claro que votar y botar no eran lo mismo.
Transcurrirían unos años más de mi infancia para que también quedara claro que yo prefería escuchar a los adultos que jugar a la casita. Al principio mi mamá y hermanas se frustraban conmigo, pero con el tiempo ella dejó de pedirme que me retirara de sus pláticas con mi abuelita y tías. Y mis hermanas dejaron de invitarme a jugar, adoptaron mis dos muñecas y se repartieron mi jueguito de té por partes iguales. Definitivamente, mi aprendizaje del mundo de los adultos fue más bien auditivo que kinestésico.
Y también visual.
Recuerdo perfectamente la mancha amarilla en el pulgar de mi abuela paterna cuando la acompañé a votar. En esos tiempos de mi niñez en México, cuando la gente votaba, le marcaban el pulgar con tinta indeleble amarilla. Me extrañó ver a los adultos con dedos manchados, como los de los niños de prescolar. «Si tengo el dedo marcado, saben que ya voté», me explicó mi abuelita. Creo haber entendido que la tinta era para que no votara otra vez. Años después asimilé que vivía en un país corrupto y entendí que esta y otras medidas eran —y siguen siendo— necesarias para crear legitimidad en el proceso electoral, pues a lo largo de las décadas de democracia en México ha habido fraude electoral y como consecuencia abstención al voto.
Estaba decidida a votar en las primeras elecciones presidenciales después de cumplir mi mayoría de edad,. Era estudiante universitaria, quería ser ciudadana responsable, pero no voté. Perdí mi credencial de elector unos días antes de las elecciones y no pude reemplazarla. Aun así, el día de las votaciones me levanté temprano, tomé dos autobuses urbanos con mis hermanas y amigas e hice fila en la casilla electoral para foráneos en el centro de Monterrey, N.L. Esperé afuera mientras ellas votaban. Mis hermanas, que son menores, me recordaron todo el día que votaron antes que yo. Me consolé pensando que gozaría de mejor suerte en las próximas elecciones, seis años después. No sospeché que tendría que cumplir 36 años —doble mayoría de edad—antes de votar por primera vez. Sería en otro país y con mis hijas de la mano.
Al terminar la universidad me mudé a los Estados Unidos para cumplir un sueño profesional. Mi plan de residir por un período de tres años se alargó por las oportunidades que se me presentaron. Al principio me sentía ajena al país, pensaba que era suficiente aportar con mi trabajo e impuestos. Me sentía más bien como espectadora, no estaba interesada en integrarme a la cultura, mucho menos participar en la política. Me consideraba más ciudadana de México que de los Estados Unidos. Pero hice mi vida en los Estados Unidos y poco a poco entendí que lo que pasaba en Estados Unidos me afectaba, sobre todo cuando tuve a mis hijas. Por responsabilidad cívica y por responsabilidad de madre, supe que debía involucrarme. Si tenía la posibilidad, debía de agregar mi voz y voto al país al que le estaba criando dos ciudadanas. Empecé mi proceso de naturalización.
Este verano cumplí 25 años de vivir en los Estados Unidos, la mayor parte de mi vida. Tengo el privilegio de votar en mis dos países. Ahora es posible votar en México residiendo en el extranjero y en Estados Unidos he participado en 3 elecciones presidenciales y muchas más elecciones locales.
Reflexiono sobre las palabras botar y votar: mientras que las dos tienen que ver con partidos, botar tiene que ver con pelotas, y votar tiene que ver con personas que ejercitan un compromiso cívico. Cuando una persona bota, salta desde el suelo, y cuando una persona vota, expresa su dictamen en una elección. Botar tiene que ver con un juego, y votar es estar en el juego. Todos nacemos con la capacidad de botar, pero para que todos podamos votar debemos ser parte de una sociedad que asume que todos somos iguales y al mismo tiempo nos permite ejercer nuestra individualidad.
Las próximas elecciones presidenciales en los Estados Unidos serán en unas semanas. Durante su administración, Trump ha dividido a los ciudadanos en blancos y no blancos, en ricos y no ricos, en inmigrantes y no inmigrantes. Bien dice el dicho: divide y vencerás. Nos encontramos polarizados en medio de crisis social, ambiental, de salud y de información. En el juego divisorio de Trump, ganan el odio, la violencia y la injusticia. Los latinos hemos sido atacados con sus políticas de inmigración al deportarnos (1), al negarnos asilo y permisos de trabajo (2), al amenazarnos con quitarnos beneficios de DACA (3), al destruir nuestras familias en las fronteras (4). Trump amenaza con remover el Affordable Care Act (5) — que garantiza seguro médico a personas de bajos recursos con condiciones preexistentes y que beneficia a un gran porcentaje de latinos. Con su racismo, Trump fomenta las inequidades raciales sistémicas en la economía y la salud. Durante la pandemia, los latinos hemos perdido empleos y sido víctimas de COVID-19 en forma desproporcionada (6).
La estrategia de reelección de Trump es crear duda en la integridad del proceso electoral. Así podrá negar la legitimidad de los resultados en caso de que no sean a su favor. Al no comprometerse a respetar los resultados de la democracia de los Estados Unidos (11), amenaza con destruirla. Su campaña va en contra de la soberanía del pueblo y de la constitución que lo protege. Si se sale con la suya, Trump gobernará con poder total, sin someterse a ningún tipo de limitaciones y con la facultad de promulgar y modificar leyes a su voluntad. En otras palabras, si continúa en la presidencia, no tendremos más oportunidad de participar: nos quedaremos fuera del juego.
Se proyecta que 32 de los 60.6 millones de latinos podríamos votar. Esto equivale a 13 de cada 100 de los ciudadanos americanos que podríamos votar (7). En algunos estados donde se disputan el colegio electoral por porcentajes de un solo dígito, el voto latino podría ser definitivo. Por ejemplo, en Florida y Nevada existe un latino por cada 5 posibles votantes, y en Arizona casi uno por cada 4 (8). Desafortunadamente, el “equipo latino” no se completa para salir a competir. En las elecciones presidenciales del 2016 (9), y de medio término del 2018 (10), votamos menos de la mitad de los votantes latinos que podíamos hacerlo. Volvernos apáticos a las elecciones es como quedarnos en la banca mientras otros se disputan el marcador en la cancha.
Ahora comprendo que la mancha amarilla en el pulgar de mi abuela también la delataba como creyente de su voto. Elección tras elección resistió la apatía al proceso electoral mexicano con convicción de ciudadana. Y hoy yo, con absoluta convicción de ciudadana americana, exhorto a los latinos a que juntos venzamos la indiferencia y salgamos a votar. Votemos. Votemos por nuestros hijos, por nuestros vecinos y por los que no pueden votar. Votemos por el sueño americano, por la pluralidad y por el respeto. Votemos por la unión. Nuestro voto sí cuenta. Aún cuenta. Y mientras más personas votemos, habrá menos oportunidad de disputar el triunfo de la democracia.
Recordemos que botar también significa descartar algo, o echar fuera a una persona. Al votar tenemos el poder de botar a quien está en el poder.