Por Claudia Hernández Ocádiz
Para muchos de nosotros, como latinos, es habitual hacer una lista de alimentos y necesidades de uso cotidiano para después acudir al “súper” y proveernos de ellos. Para los estadounidenses, este listado además de contener artículos de la canasta básica como carne, huevo, leche y manzanas puede incluir una pistola Smith & Wesson o un rifle semiautomático.
La venta de armas de fuego en los E.U. es tan común que se pueden encontrar en cadenas de tiendas de autoservicio como “Fred Meyer”. Ejemplo de ello se puede observar en la sucursal localizada en Issaquah, Washington en donde la variedad y el tamaño del área de armas de fuego –a unos pasos del pasillo de juguetes–, es mayor que la destinada para el pollo.
Para adquirir un arma de fuego en este tipo de establecimientos –acorde a las leyes de Washington–, basta con ser mayor de 18 años en el caso de un rifle, o 21 en el caso de una pistola corta; además de presentar una identificación, comprobar que se es ciudadano o residente y llenar una solicitud que es verificada por el FBI.
La venta de armas en los Estados Unidos en los últimos años ha rebasado considerablemente el promedio a nivel mundial. Se estima que existen más de trescientos millones de armas en ese país, es decir, nueve de cada diez habitantes poseen un arma.
En el 2017, durante el conocido “Black Friday” (Viernes Negro), miles de estadounidenses acudieron a comprar armas de todo tipo tras aprovechar las ofertas de ese día y sentirse temerosos de que las leyes para la posesión de armas se tornen estrictas tras los recientes tiroteos masivos. El FBI recibió más de doscientas mil solicitudes de información de tiendas de armas en esa fecha, lo cual representa un aumento del 10% con respecto al año anterior.
Si bien la segunda enmienda de la constitución americana otorga el derecho de poseer armas para defensa propia, también es cierto que el índice de muertes por el uso indiscriminado de éstas alcanza treinta mil por año que incluye una cifra considerable de menores de edad; mientras que en países como Finlandia esta cifra es de diecisiete decesos por año.
Cada estado en la Unión Americana tiene su propia legislación con respecto al uso y portación de armas. En el estado de Washington es legal portar armas en lugares públicos con excepción de escuelas, cortes judiciales e instituciones de salud mental. Un niño de 14 años no debe manejar un auto, quizá no sepa cocinar un huevo, sin embargo, sí puede utilizar un arma en escuelas de tiro o en áreas destinadas para la cacería.
En lugares como Arizona y Alaska no es necesario contar con una licencia para portar una pistola, por lo que es común observar a padres de familia con sendas pistolas colgadas al cinturón mientras pasean con sus hijos pequeños en el parque. En otros estados no es necesario ser residente ni tampoco existen limitaciones en el número de armas que se pueden adquirir.
A diferencia de los Estados Unidos, en países como México, poseer un arma de fuego es también un derecho. Sin embargo, la adquisición legal de armas solo puede realizarse a través de Secretaría de la Defensa Nacional y está sujeta a rigurosos requisitos; por lo que ver a una persona armada se limita a un policía, o a un delincuente.
La voracidad económica en la industria de las armas aunado a la cultura bélica de los estadounidenses resulta un “arma de dos filos” para este país; pues por un lado genera cuantiosas ganancias bajo el argumento de un derecho constitucional, pero por el otro, se fomenta una desbordada violencia que se inculca a sus habitantes desde que son niños.
Una consecuencias de estos dos fenómenos sociales se manifiesta a diario en innumerables masacres como las ocurridas en una escuela primaria en Connecticut (26 muertos en 2013), Bar Gay en Orlando (49 muertos, en 2016), concierto en Las Vegas (56 muertos, en 2017) y una misa en Texas (26 muertos, en 2017).
Frente a estas circunstancias ¿debemos consentir que una pistolas y rifles se conviertan en artículos de primera necesidad que deban agregarse a la lista del súper?