Una lección para dictadores

Jorge Ramos

Columnista

La revolución en Túnez, que este mes puso fin a los 23 años de gobierno de Zune El-Abidine Ben Ali, ha enviado un claro mensaje a otros líderes autoritarios del resto del mundo: un dictador ha caído; tarde o temprano otros caerán.

Es comprensible que regímenes autoritarios desde Beijing hasta La Habana y Caracas estén experimentando cierta inquietud y ansiedad a raíz de la explosión de las protestas en Túnez. Los dictadores funcionan en un estado de paranoia, temerosos siempre de que ellos puedan ser los siguientes en ser derrocados.

Ben Ali conquistó el poder en Túnez con un golpe incruento en 1987. La nación había soportado más de dos décadas bajo un régimen autocrático antes de que motines callejeros empezaran a finales de diciembre de 2010. El 14 de enero, después de que la violencia se extendió en la capital, también llamada Túnez, Ben Ali y su familia huyeron en avión a Arabia Saudita. Fue el primer líder árabe derrocado en tiempos modernos por revueltas populares, y el uso de Facebook y Twitter contribuyó significativamente a su caída.

La pregunta ahora es: ¿afectará esta revuelta sólo a Túnez, o se extenderá más allá de sus fronteras?

“Estoy seguro de que hay otros gobiernos árabes en el Medio Oriente árabe que están observando muy nerviosamente lo que pasa en Túnez”, me dijo Michael Oren, embajador de Israel ante Estados Unidos, en una entrevista reciente.“En Israel creemos que es algo bueno … Esperamos que la democracia emerja a lo largo de todo el Medio Oriente; Israel ha sido, desde hace tiempo, la única democracia funcional en la región”.

¿Es posible que protestas como las de Túnez puedan ocurrir en las calles de Beijing, Caracas o La Habana? De hecho, no sólo es posible, sino probable – las luchas actuales por las libertades individuales y el derecho a la libre expresión no están limitadas sólo al norte de Africa. Después de todo, ningún hombre tiene el derecho de decidir el destino de millones, así se llame Hugo Chávez en Venezuela, Hu Jintao, en China, o Raúl Castro en Cuba. La victoria de Túnez contra la opresión ofrece evidencia de que esta idea se está extendiendo.

Hugo Chávez cree que él es Venezuela. En un discurso ante la Asamblea Nacional el 15 de enero, Chávez usó 489 veces la palabra “yo”. Y en esa misma ocasión, Chávez se refirió 52 veces a “Chávez”, como si hablara de otra persona.

Por supuesto, está equivocado. Chávez no es Venezuela y algún día el país seguirá adelante sin él. El lo sabe, y eso le provoca ansiedad. De hecho, Chávez, obsesionado con controlar todo, recientemente sacó del aire una telenovela colombiana que tenía como protagonista un perro llamado “Huguito”. Increíble, pero cierto. Quizá el escritor colombiano premiado con el Nobel, Gabriel García Márquez, estaba en lo cierto cuando dijo que en América Latina no es necesario inventar nada, porque tenemos más que suficiente con la realidad.

Cuba tampoco es Fidel y Raúl Castro, aunque los hermanos piensen que sí lo es. Y a estos dictadores no les agradan las críticas – por eso su régimen sacó del aire a CNN en Español. Pero los cubanos, un pueblo maravillosamente creativo, se las ha ingeniado para mantenerse conectados: algunos incluso ocultan sus antenas de TV dentro de tinacos y en las azoteas. Y pese a los esfuerzos del régimen por aislarla, la increíblemente valerosa periodista Yoani Sánchez envía mensajes casi diarios al mundo exterior por su Twitter (@yoanisanchez), para informarnos acerca de la situación que se vive en su isla y su régimen represivo mediante actualizaciones en su blog (desdecuba.com/generaciony).

Con la ayuda del Internet, la revolución es posible y el cambio se puede lograr. El ejemplo de Túnez debería ser una lección y una advertencia para los dictadores en todo el mundo.