María Elena Salinas
Columnista
Apostados frente al Centro Médico de la Universidad de Arizona durante tres días para cubrir la trágica masacre que costó la vida a seis personas y dejó 14 heridos, entre ellos la congresista Gabrielle Giffords, pude ver de primera mano lo que significa compasión.
La entrada estaba llena de flores, velas, fotos y mensajes de apoyo a las familias de las víctimas. Personas de diferentes clases sociales, ideologías políticas, niveles socio económicos y diversos grupos étnicos llegaron a expresar su respeto.
La mayoría de ellos no conocían a ninguna de las víctimas, sin embargo, sienten como si uno de los suyos hubiese sido atacado. “Gabby Giffords es una buena mujer, ella se preocupa por los latinos,” me dijo una mujer que llegó con su esposo y su hija menor. Pero las lágrimas rodaron por su rostro cuando empezó a hablar acerca de Christina Taylor Greene, la niña de 9 años que fue asesinada en el tiroteo.
“Tengo una hija de su edad y un hijo de 18 años,” dijo. “Pensar que un hijo como el mio pudiera aseninar a una niña como mi hija es alarmante.”
“Lo que está sucediendo en nuestro país, es el tipo de violencia que se ve en países del tercer mundo,” añadió.
Toda pérdida de vidas es trágica, pero la muerte de alguien tan joven con un futuro prometedor es particularmente inquietante. Christina fue una niña brillante y activa, era la única niña en su equipo de béisbol de pequeña liga. Acababa de ser elegida para el consejo estudiantil y le interesaba la política. Su vecina penso que seria buena experiencia para ella conocer a la congresista Giffords. Estaban tomadas de la mano esperando en cola para saludarla cuando comenzaron los disparos. La vecina sobrevivió y se está recuperando de sus heridas, pero la recuperación emocional probablemente tomará más tiempo.
En la escuela primaria Mesa Verde, donde Christina cursaba el tercer grado, había flores y animales de peluche colgando de la puerta y carteles que decían “Christina te vamos a extrañar.”
Dolientes fueron hasta la oficina de la congresista Giffords a dejar mensajes escritos a mano y miembros del personal y los internos estaban visiblemente conmovidos por la tragedia. Su oficina había sido objeto de vandalismo meses antes, cuando votó a favor de la Reforma de Salud. Ella había recibido numerosas amenazas, sin embargo, había decidido no tener seguridad en sus actos públicos.
“Ella es el tipo de persona a quien le gusta hablar con la gente y escuchar sus inquietudes,” me dijo la concejal de Tucson Regina Romero. Ella la conoce bien y la considera su amiga. En ese trágico día Giffords la llamó para invitarla al evento, pero ella tenía uno igual. Recuerda que pensaba llamarla el lunes para saber como le había ido. Obviamente no le fue bien.
Varios miembros del personal estaban con Giffords en el supermercado Safeway esa mañana. Gabe Zimmerman, de 30 años, su director de enlace con la comunidad, que estaba comprometido para casarse, murió en el ataque. Otros dos miembros del personal se recuperan de sus heridas.
Entre aquellos que colaboraban con ella ese día estaba un joven que está siendo aclamado como héroe, el responsable de salvar la vida Giffords. Daniel Hernandez de 20 años de edad, es un estudiante de ciencias políticas y llevaba trabajando con Giffords en calidad de interno tan sólo cinco días. Su rapidez de pensamiento, carácter firme y entrenamiento en primeros auxilios, lo llevaron a reaccionar de inmediato. Hernández corrió hacia Giffords mientras Loughner seguía disparando. Cuando la vio tendida en el piso, con una bala en la cabeza, levantó la cabeza, aplicó presión sobre la herida y le tomó la mano. “Todo lo que podía hacer en ese momento era esperar a los paramédicos y tratar de calmarla y darle apoyo emocional,” dice.
La concejal Romero dice que conociendo la fortaleza de Giffords, probablemente esta luchando por su vida, por su familia y por su futuro. Ella cree que el poder de su fuerza de voluntad le permitira sobrevivir.
Muchas preguntas siguen sin respuesta. ¿Qué motivó a Loughner para cometer este crimen atroz? ¿Por qué fueron ignoradas las señales de su inestabilidad mental? ¿Cómo pudo comprar un arma semiautomática con tanta facilidad? ¿Habrá que reforzar las leyes sobre armas? ¿Debe existir seguridad permanente para los funcionarios electos? ¿El discurso político divisionista influyó en el ya desquiciado joven?
Las respuestas pueden o no llegar. Pero ahora es el momento de duelo, como nación, junto con las familias de las víctimas y de buscar en nuestra almas, como sociedad, lecciones aprendidas de la tragedia en Tucson.