Jorge Ramos
Columnista
Imagínate que el próximo presidente de México, tras las elecciones, en su discurso de triunfo el domingo primero de julio en la noche, dijera lo siguiente frente al monumento del Ángel de la Independencia: “Yo les aseguro que en los próximos seis años tendremos al menos 50 mil muertos más y la narcoviolencia seguirá fuera de control. Gracias por su voto.”
¿Absurdo? Sin duda. Ningún candidato quiere repetir lo peor que deja el presidente que se va. Lo primero que tiene que hacer el próximo presidente de México es, precisamente, no ser otro Felipe Calderón.
No, no estoy proponiendo negociar con los narcos. Por supuesto que no. Tampoco cuestiono la valentía o la moral de Calderón al enfrentar a los carteles de las drogas. El actual presidente de México está en lo correcto al luchar contra el narcotráfico y la violencia. Pero sus resultados son espantosos. La ejecución de esa política es terrible. Está reprobado.
Es urgente que el próximo presidente sea mucho más inteligente y efectivo que Calderón en la aplicación de sus políticas contra la violencia y el narcotráfico. Inteligencia mata terquedad. Las buenas intenciones no bastan.
Las cifras lo dicen casi todo. El mismo gobierno de Calderón admite que 47,515 vidas se han perdido desde que lanzó su ofensiva dirigida por los militares en 2006 (incluyendo la cifra impresionante de 12,903 vidas perdidas tan sólo en los primeros nueve meses de 2011). Pero, según información de The New York Times, esos números quizá pequen de falta de exactitud. La agencia mexicana del censo reportó 67,500 homicidios en México tan sólo entre 2007 y 2010, si bien es muy difícil determinar cuántos están relacionados con la violencia del narcotráfico, según el Times. Cualquiera que vea estas cifras necesariamente debe llegar a la conclusión de que la ofensiva ha sido un fracaso total.
El gobierno de Calderón insiste en que la mayoría de los muertos son criminales. Pero no tiene nada con que apoyar su argumento y sus informes no son confiables.
La principal debilidad de los tres candidatos panistas a la presidencia Josefina Vázquez Mota, Santiago Creel y Ernesto Cordero – es su incapacidad de romper con Calderón. No se atreven. Le tienen miedo al enojo presidencial y a las represalias al interior de su partido. Pero si no lo hacen, uno de ellos ganará la candidatura presidencial del Partido Acción Nacional y perderá la elección general. Los mexicanos no quieren a otro Calderón en la presidencia.
También me sorprende que los candidatos opositores – Enrique Peña Nieto del Partido Revolucionario Institucional y Andrés Manuel López Obrador del Partido de la Revolución Democrática – han suavizado sus críticas a las fallidas políticas contra el narco de Calderón y no han propuesto nada diametralmente opuesto.
Esto es desafortunado. Los datos muestran que la violencia en México va en aumento y que los carteles de la droga controlan cada vez más territorio. Cada vez que agarran a un narco importante aparecen dos o tres más. ¿Por qué? Porque Estados Unidos, el mayor mercado para los carteles, continúa comprando y consumiendo sus productos, y nada indica que esto vaya a cambiar. Además de no corregir, lo que incomoda del estilo personal de gobernar de Calderón es que no fue claro y directo sobre sus planes una vez que llegara a la presidencia. Nunca dijo que sacaría al ejército a la calle ni que lucharía contra los narcos con una policía corrupta e inepta.
No podemos darnos el lujo de otro presidente de 50 mil o 60 mil muertos. Lo peor que le puede pasar a México es que los próximos seis años sean más de lo mismo.