Esther Cepeda,
The Washington Post
Los tecnócratas de la educación tratan de encontrar perpetuamente la manera de lograr cambios en el desempeño académico, sin embargo pocas veces incluyen a los padres en el complejo cálculo que busca el éxito académico de los alumnos. Tiene sentido: No hay muchas cosas que puedan hacer los maestros o administrativos para persuadir o requerir que los padres tomen las mejores decisiones en pro de sus hijos. En muchos casos, los maestros y el personal escolar se sienten agradecidos por el mero hecho de que los estudiantes tengan padres y familias intactas en las que poder descansar. Al menos en ese aspecto, los alumnos latinos—que en la actualidad representan aproximadamente 1 de cada 4 estudiantes en Estados Unidos—tienen una ventaja. Un nuevo análisis de datos del National Research Center on Hispanic Children and Families (NRCHCF) halló que “la mayoría de los niños latinos y blancos de bajos recursos viven en familias de dos progenitores al comienzo de Jardín de Infantes (69 por ciento y 62 por ciento, respectivamente) principalmente con padres biológicos o adoptivos.” Y esa proporción se mantuvo bastante constante hasta el tercer grado; los niños latinos de bajos ingresos tienen probabilidades levemente más altas que los niños blancos de bajos ingresos y notablemente más altas que los niños negros de bajos ingresos de vivir con dos progenitores biológicos. Es un aspecto particularmente positivo para los niños hispanos, que tienen pocas ventajas de las que presumir, especialmente considerando que casi todas las investigaciones recientes de ciencias-sociales hallaron que no contar con dos progenitores en una familia constituye un factor determinante sobre la vida futura de los niños. Sin embargo, el mismo informe de NRCHCF halló que aunque los niños latinos se crían en entornos familiares de mayor apoyo, eso no se traduce exactamente en resultados tangibles. Las investigaciones hallaron que los padres de niños hispanos de bajos ingresos cuentan con niveles de educación más bajos que los de sus homólogos blancos y negros, lo que probablemente ayuda a alimentar la brecha que coloca a los niños latinos por debajo de sus compañeros de clase blancos y negros en lectura, y por debajo de sus compañeros blancos en matemática. Esa disparidad persiste hasta el tercer grado. Es cierto que hay programas, en áreas geográficas limitadas y en su mayoría en una etapa piloto, cuyo objetivo es proporcionar intervenciones en familias jóvenes para ayudar a que los niños de bajos recursos achiquen la brecha con sus compañeros de clase en alfabetización y aritmética. En Providence, Rhode Island, por ejemplo, diversos filántropos invirtieron 5 millones de dólares para cerrar la brecha de 30 millones de palabras que existe entre las palabras que han oído los niños de bajos recursos y sus pares más prósperos, para la edad de 3 años. El 60 por ciento de los niños que recibieron esa intervención escucharon un 50 por ciento más de palabras por día como resultado. El problema es que esos programas a menudo son prohibitivos por sus costos para realmente afectar el desempeño académico de poblaciones enteras—y la mayor participación de los padres en la educación de un niño constituye sólo un aspecto de los necesarios para que las familias puedan lograr un progreso real.
Otra pieza importante del rompecabezas es la percepción. Nueve de cada 10 progenitores “creen que su hijo se desempeña en el nivel de su grado o por encima de ese nivel en matemática y lectura”, según una encuesta reciente llevada a cabo por la organización sin fines de lucro, Learning Heroes, en conjunto con National PTA, National Urban League, National Council of la Raza (ahora UnidosUS) y otras organizaciones. Lamentablemente, los datos de National Assessment of Educational Progress muestran que sólo alrededor de un tercio de los estudiantes se desempeña según el nivel de su grado.
Mientras tanto, el 77 por ciento de los padres encuestados por Learning Heroes cree que “sus hijos están obteniendo una buena educación, y el 66 por ciento expresa que se están desempeñando por encima del promedio, académicamente”, aunque ésa también es una opinión demasiado optimista. Esas opiniones se encuentran en todas las razas, todos los padres creen que sus hijos se desempeñan mucho mejor de los que los datos lo sugieren. Y esa actitud también se ve en otros estudios en que los padres dijeron que creen que la educación pública nacional deja que desear, pero que sus escuelas locales están haciendo un trabajo magnífico. Todos esos aspectos de los datos son, en realidad, indicadores positivos del compromiso de los padres y muestran que incluso algunas de las familias más vulnerables tienen cualidades reales que pasar a sus hijos—entre ellas y sumamente importantes, una familia estable, el valor de la educación y actitudes positivas sobre el potencial de los niños y la eficacia del sistema que debe proporcionarles educación. Si, como nación, queremos mejorar los logros académicos de los estudiantes, ¿por qué no explotamos ese precioso recurso? ¿Por qué invertimos todos nuestros esfuerzos en políticas que pocas veces tienen en cuenta el papel de los padres en la educación de sus hijos? Si pudiéramos encontrar la manera de utilizar la energía positiva de todos los padres de manera de darles poder a ellos para ser los primeros y más importantes maestros desde la cuna—y después sus más elocuentes defensores cuando se inicia la escuela—podríamos tener una revolución en la educación.