Sophia Vackimes, Coordinadora de Servicios de Emergencia en Español, Ciudad de Renton
¿Cuántos de nosotros nos hemos sorprendido, incluso quedado con la boca abierta, al enterarnos que el noroeste del Estado de Washington es zona de terremotos? Admiramos la belleza nevada de Mount Rainier, por ejemplo, sin realmente reflexionar en lo que involucra vivir tan cerca de un volcán activo. Muchos sin duda hemos pensado que hemos dejado atrás, en nuestros lugares de origen, los peligros que representan los huracanes, inundaciones y por supuesto, terremotos. Pero luego, poco a poco nos vamos enterando por el periódico, la televisión o por charlas informales que esta es una zona geológicamente activa, y que nunca estamos lejos del peligro que esto implica. La región noroeste del estado es un área sumamente susceptible a cambios súbitos, desastres y eventos geológicos inesperados que tienen el poder de impactar negativamente la actividad humana.
Esta región ha estado poblada por diferentes grupos humanos desde hace miles de años. Estos se asentaron aquí muchísimo tiempo antes de que llegaran a ella los exploradores europeos que tomarían posesión de lo que hoy conocemos como Washington. Sin embargo, la manera en que se cuenta la historia de la región enlaza nuestras vidas a una historia que data de hace aproximadamente doscientos cincuenta años. Es la historia de exploradores españoles e ingleses que llegaron a esta región, buscando nuevas rutas navieras, y la reclamaron como posesión de imperios coloniales. Ignorando la historia de los grupos que ya residían aquí, la historia local se cuenta excluyendo las experiencias contadas por los nativos del área. Los relatos de las culturas locales, de los grupos Tlingit, Haida, Tsimshian, Kwakiutl, Bella Coola, Nuu-chah-nulth (Nootka), Salish de la Costa, Quileute-Chimakum, Kwalhioqua, y Chinook fueron ignorados, enterrados, destruidos, en fin, no considerados como parte del conocimiento colectivo. El borrar las historias nativas nos podría costar caro a todos los que ahora vivimos aquí en un futuro no muy lejano.
Hace escasamente unos treinta años se llegó a la conclusión, generada por múltiples investigaciones científicas, de que no solamente la zona noroeste de Washington es un área geológicamente inestable, sino de que aquí suceden eventos catastróficos con cierta regularidad. Toda la costa del Pacífico, desde el sur de Argentina—siguiendo por América Central, los Estados Unidos, Canadá, Alaska, las costas de Rusia, Corea, Japón, Nueva Guinea hasta Nueva Zelanda—pertenece a una zona del planeta llamada
Cinturón u Anillo de Fuego del Pacífico. Es decir, toda esta región sufre de intensa actividad sísmica y volcánica. Por si esto fuera poco, el Estado de Washington ha sufrido varios sismos o terremotos de elevada intensidad en su historia, y muchos de estos eventos se reflejan en la tradición oral, los relatos y cuentos, de quienes habitan el área desde hace muchos siglos.
El asunto es que con la destrucción de las culturas locales, e ignorando lo que quedaba de ellas tras siglos de colonización y minusvalía, a todo el conocimiento acumulado por esos grupos se le dio escasa o nula importancia. La historia local comenzó de borrón y cuenta nueva aproximadamente en 1700. Sin embargo, los avances de la ciencia moderna comenzaron a indicar que aquí habían sucedido eventos devastadores y recurrentes. No fue sino hasta que un tsunami reflejado en el arte japonés (luego de un mega terremoto en nuestras costas) diera pie a la investigación de reportes de enormes terremotos en nuestra área tal y como descritos en cuentos de las tribus originarias del estado. En la columna de la semana próxima describiremos algunos de las tremendas pugnas entre los personajes más importantes de los cuentos originarios de Washington; las batallas entre la Ballena y el Pájaro Relámpago.