Jorge Ramos
Hasta el golfista más famoso de la historia deportiva y el escritor latinoamericano más respetado en la literatura moderna tienen derecho a una vida secreta.
Si Tiger Woods tuvo o no una serie de aventuras con una docena de amantes eso sólo le debe preocupar a él, a su esposa y a ellas. A nadie más. No se vale meterse en la vida privada de los personajes públicos. Eso no es periodismo. Es chisme.
Woods ya pidió disculpas públicas el viernes pasado y a la prensa que no se meta con su familia. Tiene razón.
La vida privada de Woods y su esposa no tiene absolutamente ninguna relevancia en nuestra existencia. Lo que haga o deje de hacer el tigre y su mujer es su asunto, no el nuestro. Y resulta increíble que la cobertura de sus problemas maritales haya superado, y con mucho, lo que ocurre en las guerras de Irak y Afganistán.
Eso se explica por el deseo de vender más revistas y obtener más “rating” y clics. Pero eso no es periodismo. Todas las personas tienen una vida pública, una privada y una secreta.
Eso es lo que le dijo el escritor colombiano, Gabriel García Márquez, a su biógrafo, el británico Gerald Martin. Y en su “biografía tolerada” (“Gabriel García Márquez: Una vida”) el autor de “Cien años de soledad” y “El otoño del patriarca” está dispuesto a discutir con Martin su vida pública y un poco de su vida privada. Pero no lo deja entrar a su vida secreta. Esa es sólo para Gabo, como le llaman sus amigos, y para nadie más.
El propio Martin reconoce que la pregunta que más le hacen los periodistas sobre García Márquez es respecto de un incidente que ocurrió en la Ciudad de México en 1976.
Cuando García Márquez se encuentra con el escritor peruano, Mario Vargas Llosa, en el estreno de una película, se acerca para abrazarlo y le dice: “Hermano”. Pero Vargas Llosa lo recibe con un fuerte puñetazo a la cara que tira a García Márquez al piso y lo deja semi inconsciente.
“Esto es por lo que le dijiste a Patricia” o “Esto es por lo que le hiciste a Patricia”, le reclama Vargas Llosa a García Márquez. Patricia es la esposa de Vargas Llosa.
El mismo Martin no se atreve ni siquiera a especular qué pasó entre Gabo y Patricia. Sin embargo, en algunas ocasiones, cuando la vida privada de personajes públicos afecta directamente a la sociedad, entonces — y sólo entonces — tenemos el derecho a preguntar. Es una muy estricta excepción a la regla.
Por ejemplo, cuando el gobernador de Carolina del Sur, Mark Sanford, desapareció durante cinco días de su trabajo — para ir a ver a su amante a Argentina, utilizando fondos públicos para los pasajes de avión — tenemos el derecho a preguntar.
Su vida privada — y hasta hace poco, su vida secreta — están totalmente mezcladas con su vida pública. Y eso es culpa suya. Violó la confianza de los votantes, no actuó responsablemente como gobernador al mentir sobre su paradero — dejó dicho que se había ido de campamento — y, peor aún, usó dinero de los contribuyentes para un asunto personal.
El ex gobernador de Nueva York, Eliot Spitzer, también mezcló su vida privada con su vida pública y por eso tenemos el derecho a preguntar. Spitzer, quien se dio a conocer por su lucha contra el crimen organizado, terminó pagando por los servicios de una prostituta y fue obligado a renunciar. Al violar la ley, abrió su vida secreta al público. Aunque se trate de deportistas, cantantes, políticos, escritores, artistas o funcionarios públicos, ellos también tienen corazón y su ámbito privado debe estar protegido de la mirada, el oído y las cámaras de la prensa.
Todos tenemos derecho a una vida secreta.