Sophia Vackimes Coordinadora de Servicios de Emergencia en Español, Ciudad de Renton
Desde la antigüedad, los seres humanos nos hemos preocupado por nuestras vidas, familias, cosechas, animales y pertenencias. Es universal esta angustia, puesto que la experiencia humana, relatada a través del tiempo, recuerda instancia tras instancia, cultura tras cultura eventos difíciles y catástrofes funestas. No es solamente el carácter devastador que puede tener un evento natural el que nos mantiene alerta, sino que también sabemos que nuestra vida, ésta, la única que conocemos de manera certera, puede acabar de manera súbita.
En este continente los antiguos habitantes de Mesoamérica creían en todo un conjunto de dioses capaces de crear el universo, al hombre, al cielo y las estrellas, y hasta los insectos más pequeños. Estos mismos manifestaban sus poderes con batallas o caprichos formidables y amenazantes. Por toda América Central hallamos a estas deidades plasmadas en escultura, pintura, poemas y cantos, o en las fachadas de templos exuberantes. Una de las deidades más temidas, y a la vez más adorada es sin duda Tláloc, el dios de la lluvia. El era conocido como Señor Chaac en la cultura maya, y estaba casado con Xochiquétzal, la señora de la belleza, las flores, y el amor carnal.
Tláloc tiene varias características, pero esencialmente es un dios dual. Todos los dioses mesoamericanos tienen doble personalidad; Tláloc es bueno y malo a la vez. Perverso y dañino, bondadoso y generoso. asegura que las cosechas sean abundantes, proporcionándole a la tierra agua en abundancia para que crezcan el maíz, la calabaza, el chile y el frijol, elementos fundamentales del sustento en nuestros países la vez puede ser un dios vengativo y cruel. Cuando está enojado sus tormentas cósmicas inundan poblaciones y tierras causando ríos de lodo que ahogan todo a su paso. Cada año, cada temporada de lluvia, los agricultores de toda Mesoamérica esperan lluvias con gran avidez.
Hace más de cincuenta años una escultura monumental del dios fue movida de su lugar original a la
Ciudad de México. Un monolito de ciento sesenta y siete toneladas fue trasladado a la parte exterior del nuevo Museo Nacional de Antropología. Las comunidades indígenas que se hallaban cerca de su situación original protestaron su traslado. Nadie les tomó en cuenta. Luego se amotinaron. Sin embargo, un mes después, escoltado por el ejército, el vehículo de transporte (con setenta y dos llantas) diseñado especialmente para moverlo se desplazó lentamente hacia la ciudad. Aún lo recuerdo. Fue un evento sensacional, nunca olvidaré aquellas grises tormentas.
La ciudad de México sufrió una de las temporadas de lluvia más fuertes de su historia. La cantidad de agua que caía del cielo era verdaderamente inverosímil. como decimos allá. Desde entonces, parece que todos los chilangos estamos de acuerdo en esto; Tláloc nos está haciendo pagar la audacia de haberlo arrancado de su lugar original. Las lluvias anuales ahogan a la ciudad. Las avenidas se inundan, las alcantarillas no pueden captar agua día tras día por semanas enteras, el tráfico se paraliza, poblaciones enteras del Valle de México quedan incomunicadas, hay deslaves de tierra, se caen humildes casas, nada parece funcionar. Mientras que, en San Miguel Coatlinchán, el lugar de donde esa escultura monumental fue removida, casi no llueve ya.
Los habitantes de esa región han protestado ese traslado durante más de medio siglo. La economía de la región ha sido alterada de manera irreparable.
Investigadores de varias instituciones nacionales han indicado que el cambio climático y la disminución de la caída de lluvia durante la temporada pluvial han sido la causa de estos cambios terribles. La sequía en la región no cede ante las súplicas y ofrendas de los afectados. Es imposible saber si volverá a llover como solía suceder en esa región del Estado de Texcoco. Sin embargo, lo cierto es que, la tala inmoderada de árboles en toda la Sierra Nevada, la desecación del Lago de Texcoco, y la fracturación hidráulica (fracking) tienen más de culpa en el cambio del clima de la región que el antiguo dios Tláloc.