POR HERGIT LLENAS
Recientemente, en Washington, D.C. tuvo lugar un panel organizado por la National Newspaper Publishers Association, en el cual se le dio la palabra a Hilary O. Shelton, director de la National Association for the Advancement of Colored People (NAACP). Aprovechando los oídos de una audiencia formada por destacados e ¡icónicos! periodistas de color, el director despotricó contra las opciones escolares, empezando por las escuelas charter (o alianzas) y terminando con los programas de cupones escolares o vouchers, como solemos referirnos a este tipo de programas. Shelton arrastró todo por el lodo y, al hacerlo, pasó por alto que precisamente son los niños de la raza negra y los latinos quienes están más afectados por la falta de igualdad en las escuelas públicas.
Múltiples estudios demuestran que, en los planteles manejados por el distrito escolar, nuestros niños de piel negra y canela son víctimas de suspensiones y/o expulsiones con mayor frecuencia y con mayor rigor que sus compañeros blancos y asiáticos.
Otro fenómeno, conocido como la brecha académica, también está afectando a nuestros niños oscuros de manera significativa, sistemática y persistente. La brecha académica evalúa la disparidad que existe en función de la condición racial o socioeconómica de los estudiantes y mide (entre otras cosas) los resultados de los exámenes estandarizados, los grados, la tasa de deserción escolar y el número de graduados universitarios perteneciente a cada grupo étnico.
La brecha académica existe en todas partes del mundo y en los Estados Unidos es más evidente entre los hispanos y afroamericanos, cuyos logros académicos están muy por debajo de sus compañeros de clases. De hecho, la brecha académica entre los estudiantes hispanos y los blancos no ha disminuido en las últimas dos décadas, según un reporte publicado en 2011 por The National Center for Education Statistics (NCES), una subdivisión del Departamento de Educación de los Estados Unidos. Se encontró, además, que la brecha es más grande en el caso de estudiantes en cuyos hogares no se habla el idioma inglés.
En lo referente a equidad de fondos, la problemática es aún más alarmante, ya que a las escuelas públicas localizadas en barrios pobres no le llegan suficientes recursos para operar de forma efectiva. ¿Por qué?
Porque para subvencionar las escuelas públicas, el gobierno se vale de tres fuentes principales de ingresos: el presupuesto del Estado, el presupuesto federal y las recaudaciones del condado. El condado recibe fondos a través de la recaudación de impuestos sobre la vivienda, entre otros gravámenes. Si en el barrio “X” el precio promedio de las casas es $500,000, la escuela ubicada allí recibirá un porcentaje sobre el monto de las recaudaciones más alto que una escuela pública localizada en una zona donde las residencias estén valoradas, digamos en un promedio de $115,000.
De ahí que, una escuela pública ubicada en un área muy residencial, siempre tendrá mayores recursos que una escuela localizada en barrios de gente trabajadora. Aquellos que tiene más, reciben más. Y los que tienen poco, reciben poco. En otras palabras, no hay equidad.
¿Cómo explicar la postura contradictoria de Hilary O. Shelton en contra del derecho de los padres a buscar otras opciones fuera de las ofrecidas por las escuelas públicas tradicionales?
Por un lado, históricamente pocas organizaciones han sobresalido tanto como la NAACP en la lucha por la igualdad de los derechos civiles. Por el otro, parece ser que a sus líderes actuales se les ha olvidado para qué fue creada y a quién deberían estar sirviendo.