Julieta Altamirano-Crosby
Migrante, una palabra que me etiquetó hace casi 10 años cuando nos venimos Migrante, una palabra que me etiquetó hace casi 10 años cuando nos venimos a vivir a este “lado del charco”, como le llamo yo. Como guerrerense-mexicana tuve que adaptarme en todos los aspectos para poder sobrellevar mi vida en el Norte. “El Norte”, el sueño americano de muchos que vienen buscando la vida, la vida que los pobres mexicanos la tienen perdida y siguen en busca de ella. Esa vida que se vuelve dolorosa en el peregrinar, cuando sientes que no vales nada y cuando te cuestionas una y otra vez ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Vale la pena? Cuando comienzas a comparar lo que tenias en tu país y lo que tienes en este en el que actualmente vives, todo se vuelve desconocido y se convierte en historia.
Esta historia inicia con mi inscripción a Everett Community College para tomar clases de inglés, decisión que tome después de 6 meses de resistirme, de hacer maletas y deshacerlas, de estar enojada y pelearme con la vida, de sentirme perdida, frustrada, sin valor y sin dirección alguna. Dos años me sentí mutilada sin poder expresar mi sentir, sin comunicarme, sin poder hablar por mi misma. No supe si dolía más el crudo invierno o el choque cultural que llegó de golpe, aunado a esto la añoranza de mi tierra, familia, idioma, mi México querido.La migración me ha marcado y me ha enseñado a vivirla con paciencia, fortaleza y dignidad, a ser un camaleón y sentirme orgullosa de mi raíz, mi lengua, mi identidad y mi cultura.
Tuve que adaptarme a las personas, a dejar de extrañar lo que no tenía y disfrutar lo que estaba en mi presente; tuve que luchar con una doble identidad cultural. Como menciona Gramsci (1973) tuve que “conocerme mejor a mi mismo a través de los demás, y a los demás a través de sí mismos. Después de andar por un tiempo y conocer otras personas compartimos historias, nostalgias, sabores, saberes; porque estas en este lado y se extraña ese olor a sal del mar de la costa, el sabor del mango y de los aguacates del terreno de mi padre y los guisos tan ricos que preparaban las manos de mi madre. Estos sabores y saberes que nos alimentan nuestro día a día para seguir el camino que caminamos los migrantes con nuestro morral de ilusiones.
Sin embargo, el dolor de ser migrante trasciende los muros y fronteras, y esas historias han sido plasmadas en Poética sin Fronteras donde Ocho poetas: Blanca Vázquez (MX), Alexander Tadeuz (MX), Alejandro Aguilar Zeleny (MX), Orlando Carreón(EE. UU.), Aisha Rivera (EE. UU.), Xulio Soriano (EE. UU.), Antonio Sánchez (EE. UU.) y Julieta Altamirano-Crosby (MX / EE. UU.): unen sus voces y sus plumas mágicas para contar sus historias, unidos por lo que los separa: la frontera. En este caso la frontera entre México y Estados Unidos, una línea trazada arbitrariamente a través de una geografía que conoce solo los límites naturales de los ríos y montañas. Es tanto una separación como un lugar de encuentro, una especie de bisagra entre dos naciones, dos culturas, dos idiomas. Al mismo tiempo, podemos entender la frontera como un territorio que se extiende tanto hacia el norte como hacia el sur, donde ambos pueblos, ambos idiomas y ambas culturas coexisten, influyendo mutuamente entre sí.
La historia capta las tragedias de desplazamientos masivos de poblaciones hasta nuestros días. Desde los republicanos españoles obligados a exiliarse al final de la Guerra Civil española, hasta los millones de europeos desplazados, encarcelados y asesinados en campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial; desde los africanos subsaharianos que luchan por abrirse camino a través del traicionero Estrecho de Gibraltar, hasta los miles de refugiados sirios que huyen de la violencia en su tierra natal que arriesgan sus vidas para cruzar el Mediterráneo en barcos superpoblados e inestables. Y sí, la corriente interminable de migrantes mexicanos y centroamericanos que recorren cientos de millas hasta la frontera de los Estados Unidos. Esta poesía trata de ellos, pero siempre con estas otras diásporas históricas en mente.
Cuatro poetas de México, cuatro de Estados Unidos. Para algunos, su lenguaje literario es el español, para otros el inglés y, sin embargo, para otros, el spanglish, el híbrido de códigos lingüísticos de ambos idiomas que ha surgido durante varios siglos en la zona fronteriza, a veces conviviendo en mundos paralelos, en otros entremezclados. En esta antología, cada poema se presenta tanto en español como en inglés. Varios poetas, cada uno desde una perspectiva diferente, abordan el tema de la migración, del viaje al norte, los pasos al norte; cada uno intenta capturar a nivel individual el movimiento y la tragedia de cientos de miles de hombres, mujeres y niños de todas las edades y condiciones que realizan cada año el arduo viaje a la frontera con los Estados Unidos. Estos poetas a menudo lanzan el viaje al norte no como un viaje hacia una vida mejor, sino como testimonio de una pérdida insondable. Los tres poetas de Napa, California, por otro lado, tienen una opinión diferente. No abordan las tribulaciones de las masas que luchan por alcanzar y cruzar la frontera. Más bien, en su poesía se involucran con la realidad de sus vidas como “hispanos” o “latinos” nacidos y criados en los Estados Unidos.
Estas ocho voces distintas, cada una a su manera, nos brindan diferentes imágenes de migración, diáspora e identidad, pero también tienen algo en común. Son lo que Carolyn Forché llama la “poesía del testimonio”, son el testimonio de la tragedia humana y la nobleza de espíritu que define la frontera.
Todas las ventas del libro serán destinadas a becas para estudiantes Dreamers o Daca a través de la Fundación WAGRO (Washington-Guerrero)
El costo del libro es de $25.00 dólares y pueden comprarlo aquí