Esther Cepeda
Columnista
CHICAGO — Si hay algo que temen los investigadores de políticas gubernamentales es dar a conocer una determinada conclusión con el potencial de simplificar excesivamente un asunto complejo y vasto.
Eso es lo que ocurrió con un reciente blog de la Brookings Institution -”Is Starting College and Not Finishing Really That Bad?” (¿Es realmente tan pernicioso comenzar la universidad y no terminarla?)- por Michael Greenstone y Adam Looney.
Esa publicación de blog ha inspirado noticias periodísticas con titulares tales como, “Hasta para los desertores, la universidad vale la pena” y “Abandonar la universidad no es el peor de los males.”
Una descripción más apropiada sería: Abandonar la universidad no es el peor de los males, pero es mejor evitarlo, en lo posible.
A Looney le inquietó parte de la cobertura. “Sin duda, no [fue] el mensaje que intentamos enviar y he tratado de explicar eso a todo aquel con el que he hablado, desde que se publicó la nota,” me dijo. En nuestra conversación, Looney habló de los innumerables factores que intervienen para determinar si una persona que no completa la universidad puede aún beneficiarse de estudios terciarios parciales.
Los datos parecen definitivos: Greenstone y Looney hallaron que los estudiantes que inician carreras de dos y cuatro años, pero no las completan para obtener un título, ganan, durante su vida, aproximadamente 100.000 dólares más que sus pares que sólo se graduaron de la escuela secundaria.
Mientras que un graduado universitario con un título de bachiller universitario, gana, en el curso de su vida, 500.000 dólares más que un individuo con sólo un diploma de escuela secundaria.
“Pero algo importante que debemos recordar es que, obviamente, estamos observando promedios y habrá resultados mejores y peores para diversos individuos,” expresó Looney. “Hay muchos factores que determinan eso.”
Si hablamos de un estudiante cuyos padres pagaron la experiencia universitaria parcial en efectivo o mediante un préstamo, después de desertar este estudiante obviamente estará en mejor situación financiera que uno que debe pagar préstamos que se vencen seis meses después de abandonar el programa acreditado.
Pero los estudiantes que financiaron sus estudios con préstamos privados de alto interés y riesgo, en lugar de préstamos federales subsidiados, están en una posición aún peor para sacar provecho de sus estudios inacabados.
Ésa es la situación que más perjudica a los estudiantes que constituyen la primera generación de su familia en asistir a la universidad. A menudo provienen de familias de bajos ingresos, que no saben manejarse bien en el laberinto del proceso de asistencia financiera universitaria y, como resultado, tienen más probabilidades de caer en préstamos privados, que son más fáciles de navegar. Es difícil imaginar que esta población de desertores universitarios tenga las mismas probabilidades de resultados positivos, tras abandonar la protección financiera que brinda la matrícula a tiempo completo a los estudiantes que han sacado créditos. También tienen menos probabilidades de comenzar con más capital social, como por ejemplo, parientes con redes profesionales a quienes pedir ayuda para acceder a puestos de trabajo.
El éxito después de abandonar la universidad también depende de los tipos de cursos que pudo completar el estudiante, obteniendo el mayor provecho si las materias se relacionan directamente con el tipo de trabajo que busca un estudiante después de incorporarse directamente en la fuerza laboral.
En última instancia, dice Looney, los mejores resultados para los que abandonan la universidad dependen de los mismos factores que intervienen en el éxito de los que completan sus cursos.