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Su impecable uniforme llevaba todas las insignias de las que un militar se siente orgulloso. Otto Pérez Molina era aquel 29 de diciembre de 1996 uno de los representantes del ejército de Guatemala que firmaba junto a la comandancia guerrillera el acuerdo de paz firme y duradera.
Después de largas e intensas deliberaciones y frente al escrutinio de los gobiernos mundiales, Guatemala logró esa noche poner fin a 36 años de hostilidades que dejaron una estela de más de 200.000 muertos y desaparecidos y el ahora presidente electo era uno de los personajes bajo los reflectores.
Acostumbrado a codearse con los círculos de poder después de servir durante más de dos años como uno de los más cercanos consejeros del presidente Ramiro de León Carpio (1993-1996), de culminar su carrera militar encumbrado tras las negociaciones de paz con la guerrilla, Pérez, a los 61 años, coronó el domingo la carrera política que emprendió en el 2002 al salir electo presidente tras superar en los comicios al empresario Manuel Baldizón.
Pero esa imagen del militar deseoso de paz que se ha encargado de mostrar ante los reflectores de la campaña electoral, tiene una oscura y larga sombra que astutamente ha ocultado y se remonta a las actividades que ejecutó en el foco del conflicto, cuando fue enviado a las zonas del noroccidente del país en donde por esa época se aplicaba una política de “tierra arrasada” que acabó con decenas de aldeas y miles de indígenas civiles, así como su papel como director de la tenebrosa agencia de inteligencia militar años más tarde.
Es el primer militar en asumir el poder desde que en 1986 el general golpista Oscar Humberto Mejía Víctores le entregó el mando a Vinicio Cerezo después de décadas de dictaduras castrenses.
Egresó de la Escuela Politécnica, el alma mater de los militares, en la promoción 73 de oficiales a la que se le conoce como “el sindicato”, de donde provienen varios de sus actuales colaboradores y de donde incluso se barajan los nombres de varios potenciales integrantes de su gabinete.
Pérez hizo cursos de especialización en paracaidismo y luego estuvo entre los fundadores de la escuela de “kaibiles”, el centro de entrenamiento de comandos antiguerrillas famoso por la saña, crueldad y sangre fría con que sus graduados son adoctrinados.
Quienes como Raquel Zelaya conocieron al general en su faceta de negociador de los acuerdos de paz, valoran que en esos ambientes es alguien que “se concentra mucho, tiene un manejo muy profesional en ese tema en el sentido de estudiar, de observar y profundizar en su responsabilidad”.
Zelaya, quien también fue negociadora del gobierno, señaló que Pérez “participó en la discusión de uno los acuerdos más importantes, el acuerdo para el fortalecimiento del poder civil y la función del ejército en una sociedad democrática, llevó con liderazgo a las fuerzas armadas las propuestas de reducción del Ejército”.
Zelaya, quien no oculta su simpatía hacia el militar, también destacó que Pérez es alguien con “una personalidad muy controlada”. Rara vez se le ha visto perder el semblante sereno, quizás una de las pocas veces que sucedió en público fue en un debate en donde Baldizón reveló cómo el hijo del militar mantenía millonarios negocios con el actual gobierno del país, al que Pérez no duda de tildar de corrupto.
Pero en general, el ahora presidente electo mantiene la calma. Eso probablemente fue una característica que le valió para ser elegido a inicios de los 90 por el ministro de Defensa Alejandro Gramajo como jefe de la sección de inteligencia del Ejército, una dependencia que tenía la nefasta reputación de encargarse de secuestrar, torturar y desaparecer a opositores políticos.
Mario Mérida, uno de los asesores de campaña del partido Patriota y subalterno cuando Pérez dirigía la D-2, recordó de esos tiempos que “fue una época en que se facilitó la relación con otros sectores de derechos humanos, que se empezó a hablar de una apertura militar”, lo que facilitó acercamientos con varios sectores de la sociedad.
De despachos diplomáticos estadounidenses desclasificados o filtrados por WikiLeaks se desprenden algunos señalamientos que nunca llegaron a instancias judiciales y que el mismo Pérez se encargó, en su momento, de refutar ante la embajada, pero estaban relacionados con su relación con el director de Aduanas de la época y una presunta red de contrabando. De hecho, la dirección de inteligencia militar ha sido largamente señalada de mantener turbias conexiones con el crimen organizado vinculado con el robo de vehículos, el robo de furgones de mercadería, evasión de impuestos y otras actividades.
Cuando ocupaba ese puesto ocurrió un acontecimiento que le permitió acercarse al liderazgo empresarial del país: el autogolpe del presidente Jorge Serrano, que tomó de imprevisto a los militares y causó fracturas dentro de la institución armada.
Pérez, como jefe de inteligencia, adoptó una posición mediadora y trasladó a sus jefes la voz de los dirigentes del Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras (Cacif), la cúpula empresarial que rechazaba la decisión de Serrano y abogaban en un primer momento por una intervención de los militares.
El autogolpe se saldó con la intervención del Congreso que destituyó al presidente golpista y nombró en sustitución al entonces procurador de los derechos humanos, De León Carpio, quien desde ese momento depositó toda su confianza en el entonces coronel Pérez Molina, a quien designó como jefe del ahora extinto Estado Mayor Presidencial, que se encargaba de su seguridad personal y prácticamente manejaba la agenda del mandatario.
Pero detrás de todos esos brillos todavía queda otro periodo de su vida militar en medio de las sombras y es cuando fue destacado a la región ixil de Quiché entre 1982 y 1983, bajo el gobierno del general golpista Efraín Ríos Montt, durante el cual la población padecía un intensa represión enmarcada en la doctrina de que para acabar a la guerrilla era necesario también aniquilar a cualquier potencial simpatizante de su ideología.
Así, fueron arrasadas docenas de aldeas indígenas y masacradas cientos de comunidades enteras en una de las más atroces intervenciones militares registradas en este hemisferio en tiempos modernos.
En las breves y escuetas alusiones que Pérez ha hecho sobre ese periodo, ha dicho que su misión consistió en pacificar esa zona. Algunos testimonios de pobladores recabados por antropólogos e investigadores sociales en la zona por aquella época dan cuenta que efectivamente el entonces mayor llegó cuando la represión indiscriminada había terminado y bajo sus órdenes se realizaron operaciones más selectivas de aniquilación de enemigos.
El sacerdote y antropólogo Ricardo Falla, quien en ese tiempo era párroco en el área, aseguró que Pérez Molina definitivamente estuvo involucrado en lo que se denominó el “Plan Sofía”, el cual describe como “primero fueron las masacres y luego el uso del hambre y otras privaciones para que la problación se rindiera” al poder de los militares.
Falla, quien es autor de dos libros sobre las masacres ocurridas en ese periodo, indicó que bajo las instrucciones del Plan Sofía, los militares cometían atropellos como quemar las pertenencias de los indígenas, que incluían su abrigo y el maíz, el principal alimento de esa población.
“El (Pérez) estuvo en Nebaj eso está confirmado y participó en patrulla lo cual para mi lo hace responsable. Hasta cierta forma es de admirar que no fue un oficial que estuvo sentado en su oficina sino que salió junto a sus soldados a combatir. No es justificar lo que haya hecho pero participó en esta segunda etapa del genocidio guatemalteco, no se le puede comprobar que él mató a este o al otro, pero estaba en la cadena de mando”, expresó el sacerdote.
No obstante, el religioso consideró que respecto a lo que hizo o no, Pérez Molina “ha de tener la conciencia tranquila, no es justificar, pero hizo lo que tenía que hacer”.
“Todos estos que estuvieron metidos de lejos o de cerca en el genocidio, en sus casas son gente muy decente y así fueron en aquellos tiempos los nazis, gente que les escribe a sus esposas o novias justificando lo que tiene que hacer” expresó Falla.
Sin embargo, detrás del rostro adusto, inexpresivo y las respuestas escuetas del ahora presidente electo hay también un hombre que de vez en cuando expresa sus emociones.
Pérez exhibió que su estilo para dar rienda suelta a su alegría es ranchero, pues Zelaya recordó una reunión inmediatamente después de que De León Carpio entregó el poder a su sucesor Alvaro Arzú, a la cual el militar apareció con un grupo de mariachis y guitarra en mano festejó entonando al menos tres canciones.
“Tiene una voz muy bonita, un vozarrón, además toca guitarra, me impactó como domina un mariachi”, reveló la ex secretaria presidencial.