Por Frank Bajak y Libardo Cardona
Associated Press
COLOMBIA — El premio Nobel de literatura Gabriel García Márquez creó una ficción irresistible con el fatalismo, la fantasía, la crueldad y el heroísmo de un mundo que lo inspiró al crecer en el Caribe colombiano.
García Márquez, uno de los autores más influyentes del mundo, le dio vida al encanto de Latinoamérica y sus contradicciones enloquecedoras y se convirtió en el máximo exponente del realismo mágico, mezclando elementos fantásticos con retratos de la vida diaria que hacían que lo extraordinario pareciera casi normal.
En su mundo las mariposas amarillas precedían la llegada de un amante, un libertador moría solo y aparecía “un señor muy viejo con unas alas enormes” en un patio lodoso.
La propia historia épica de García Márquez terminó a los 87 años con su deceso.
García Márquez era considerado por muchos el autor más trascendental de la lengua española, comparable únicamente con Miguel de Cervantes.
Sus obras excéntricas y melancólicas, entre ellas “Crónica de una muerte anunciada”, “El amor en los tiempos del cólera” y “El otoño del patriarca” superan en ventas a cualquier otro libro publicado en español, con excepción de la Biblia.
“Cien años de soledad” (1967), la obra sobre Macondo que lo encumbró en la literatura mundial, ha vendido más de 50 millones de ejemplares y se ha traducido a más de 40 idiomas y marcó el comienzo de dos décadas de boom de la literatura latinoamericana. En 2007 la Real Academia Española publicó una edición conmemorativa con un tiraje inicial de 500.000 ejemplares. Antes de esto, el único libro con una edición especial de la RAE era “Don Quijote”.
La desaparición de García Márquez desampara a la llamada generación del boom, que tuvo entre sus filas a los fallecidos Julio Cortázar, Guillermo Cabrera Infante, Carlos Fuentes y Alejo Carpentier. Sólo sobrevive el peruano Mario Vargas Llosa.
Junto con autores como Norman Mailer y Tom Wolfe, también fue uno de los pioneros de la corriente del “nuevo periodismo” y con los años se volvió una figura esencial de la labor periodística en Latinoamérica con obras maestras como “Relato de un náufrago”, sobre un hombre que sobrevivió 10 días a la deriva en el Caribe.
Sus artículos más cortos lidiaban con temas como el presidente Hugo Chávez, y su libro “Noticia de un secuestro” retrató cómo los traficantes de cocaína encabezados por Pablo Escobar habían desecho el tejido social y moral de su natal Colombia, secuestrando a miembros de su élite. En 1994, creó la Fundación Nuevo Periodismo para impulsar y reconocer la excelencia en el periodismo de Latinoamérica.
Pero fueron sus novelas las que se volvieron sinónimo de la misma Latinoamérica.
Cuando recibió el premio Nobel de literatura en 1982, García Márquez describió la realidad de Latinoamérica como un “manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual este colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida”.
Gerald Martin, el biógrafo semioficial de García Márquez, dijo a The Associated Press que “Cien años de soledad” fue “la primera novela en la que los latinoamericanos se sintieron representados, que los definió con todo y sus pasiones, su espiritualidad y sus supersticiones, su gran propensión al fracaso”.
Al igual que tantos otros escritores de la región, García Márquez trascendió el mundo de las letras. Se volvió uno héroe de la izquierda por ser uno de los primeros aliados de Fidel Castro y un constante crítico de las violentas intervenciones de Estados Unidos desde Vietnam a Chile.
Su mirada afable, su bigote canoso y sus cejas pobladas lo hacían reconocible en cualquier parte. Durante años Estados Unidos le negó la visa por sus posturas políticas, pero así y todo fue reconocido por mandatarios y reyes. Tuvo a Bill Clinton y Francois Mitterrand entre sus amigos presidenciales.
Clinton dijo a la AP en 2007 que leyó “Cien años de soledad” cuando estaba en secundaria y que no podía parar, ni si quiera estando en clase.
“Me di cuenta que este hombre había imaginado algo que parecía una fantasía, pero que era profundamente verdadero y profundamente sabio”, dijo Clinton.
Nacido el 6 de marzo de 1927 en el pueblo caribeño de Aracataca, García Márquez solía decir que comenzó a ser un narrador desde que pudo hablar.
Era el mayor de 11 hijos. Su padre, Gabriel Elijio García, un telegrafista y farmacéutico que viajaba constantemente, era un mujeriego y tuvo al menos cuatro hijos fuera de su matrimonio con Luisa Santiaga Márquez.
En sus primeros 10 años fue criado por sus abuelos maternos, Tranquilina y Gabriel, un coronel retirado que había luchado en la devastadora Guerra de los Mil Días de Colombia, que llevó a la pérdida del istmo panameño, y cuyas historias darían al autor material para su ficción.
Aracataca se convertiría en el modelo de Macondo, el pueblo rodeado de plantaciones bananeras al pie de una serranía nevada donde se desarrolla “Cien años de soledad”.
Un ávido lector desde su primer libro, “Las mil y una noches”, su amor por las letras lo llevó incluso a repasar un diccionario de la A a la Z, según relató en sus memorias “Vivir para contarla”. Ernest Hemingway, Virginia Woolf y William Faulkner fueron nombrados a lo largo de su vida como los novelistas que más influyeron su obra.
García Márquez fue un estudiante ejemplar en un internado fuera de Bogotá. Su padre insistió en que estudiara para abogado, pero abandonó la carrera y se dedicó al periodismo. Había publicado sus primeros cuentos y columnas en periódicos mientras era estudiante. Su paga como periodista era, como se podría esperar, infame, y García Márquez recordaba que su madre lo visitó en Bogotá y se horrorizó al verlo: “Pensé que eras un pordiosero”, le dijo.
García Márquez publicó su primer cuento, “Ojos de perro azul”, en 1947 en El Espectador como un reto después de que Eduardo Zalamea Borda, el editor del suplemento literario, escribió que las nuevas generaciones colombianas no tenían nada que ofrecer a la literatura.
Gabo siempre se enorgulleció del periodismo, al que calificaba como el mejor oficio del mundo, pese a que su historia para el mismo Espectador sobre cómo la corrupción del gobierno causó un naufragio lo obligó a irse a Europa.
Su reporte publicado por entregas en 1955 se convirtió en “Relato de un náufrago”, un libro canónico para los estudiantes de periodismo publicado en 1970.
García Márquez “empezó a sacarle” al náufrago Luis Alejandro Velasco cosas que no había dicho. “Por ejemplo, que el barco había naufragado porque llevaba contrabando (y era) un barco oficial”, dijo José Salgar Escobar, su jefe en El Espectador. Con los años Velasco demandó infructuosamente a García Márquez por la propiedad intelectual del libro, murió en el 2000 a los 66 años de cáncer de pulmón.
“Gabo llegó a aprender periodismo conmigo porque decía que la literatura no daba nada de plata y que el periodismo al menos le daba un puesto (y un sueldo) permanente”, relató Salgar.
En el exilio por su artículo, García Márquez viajó por el este del continente europeo cuando estaba controlado por los soviéticos, se mudó a Roma para estudiar cine, un amor que tuvo toda su vida, y luego se mudó a París, donde vivió entre intelectuales y artistas exiliados por las dictaduras en Latinoamérica. Más tarde llegó a México y trabajó con Fuentes y Arturo Ripstein en guiones cinematográficos.
Fue durante esos años que surgió su eterna fascinación con la revolución cubana y su amistad con Fidel Castro.
La escritura de García Márquez estuvo siempre marcada por sus posturas políticas, surgidas en gran parte por una masacre militar en 1928 contra trabajadores de las plantaciones de bananos, cerca de Aracataca, que hacían huelga contra la United Fruit Company, que después se volvió Chiquita. También tuvo gran influencia por el asesinato, dos décadas después, de Jorge Eliécer Gaitán, un candidato presidencial de izquierda.
García Márquez se involucró en la revolución cubana como joven periodista, trabajando en Bogotá y en La Habana para la agencia noticiosa Prensa Latina, de la que llegó a ser corresponsal en Nueva York.
Regresó a Colombia en 1958 para casarse con Mercedes Barcha, “Mecha”, una vecina de su infancia con la que tuvo dos hijos: Rodrigo, un director de cine, y Gonzalo, un diseñador gráfico.
De regreso en México con su familia, se encerró en una habitación que nombró la “Cueva de la Mafia” en su casa en la capital y comenzó a escribir “Cien años de soledad”. Luego relataría que Mercedes tuvo que empeñar la mayor parte de sus pertenencias para alimentar a sus hijos mientras él se confinó a escribir su obra maestra durante 18 meses, en los que vivieron una verdadera penuria.
Para cuando terminó de escribir la novela en septiembre de 1966, se tuvieron que deshacer de lo poco que les quedaba para poder enviar el manuscrito a la editorial Sudamericana en Argentina. Pero el libro se publicó el 30 de mayo de 1967 y los 8.000 ejemplares de la primera edición se agotaron en pocas semanas.
García Márquez continuó leal a Castro a pesar de que otros intelectuales dejaron de ser pacientes con las posturas cada vez más inflexibles del líder cubano. En el 2005, la escritora estadounidense Susan Sontag acusó a Gabo de ser cómplice de las violaciones de derechos humanos en Cuba y dijo que “tenía que responder” por su lealtad a Castro. Sus amigos lo defendieron y el escritor peruano Bryce Echenique aseguró que usó su influencia para ayudar a muchos presos políticos a abandonar la isla o para que fueran liberados.
Su postura política lo volvió una figura non grata en Estados Unidos durante años y tras un pleito en 1981 con el gobierno colombiano en el que fue acusado de simpatizar con los rebeldes de M-19, se mudó definitivamente a la Ciudad de México.
Amante de la buena vida y con una personalidad traviesa, García Márquez era un anfitrión alegre que narraba historias fascinantes a sus invitados y ocasionalmente revelaba su mal humor cuando se sentía despreciado o mal interpretado por la prensa.
Martin, su biógrafo, decía que la facilidad para imaginar y embellecer las cosas a veces se extendía a la forma en la que el escritor relataba su propia vida.
Desde la infancia, escribió Martin, “García Márquez tenía problemas con aquellos que cuestionaban su veracidad”.
Rechazó ofertas para ocupar puestos diplomáticos y supuestos intentos por postularlo a la presidencia de Colombia, aunque sí participó en las mediaciones de paz entre el gobierno colombiano y el Ejército de Liberación Nacional.
En 1998, cuando ya tenía más de 70 años, cumplió un sueño al volverse socio mayoritario de la revista colombiana Cambio con dinero que había ahorrado desde que le dieron el Nobel.
“Soy un periodista, siempre he sido un periodista”, dijo a la AP en ese entonces. “Mis libros no pudieron haberse escrito si no fuera un periodista porque todo el material fue tomado de la realidad”.
Ya octogenario la memoria comenzó a fallarle, según sus amigos. “Memorias de mis putas tristes”, su último libro, se publicó en el 2004.
Tres años después regresó por primera vez en más de 25 años a Aracataca. Al ver la muchedumbre que gritaba su nombre y esperaba su desembarco de un tren en la estación ferrovial del pueblo, Gabo miró asombrado a la comitiva que lo acompañaba.
“Miren esto”, dijo. “Luego dicen que yo inventé Macondo, que yo inventé el realismo mágico”.