Por Esmeralda Jimenez
“Bienvenido de nuevo!” el oficial de inmigración me dice en el aeropuerto de Sea-Tac.
Las palabra se escuchan extrañas. Esta vestido con el mismo uniforme que por muchos años e temido, pero aquí está, recibiéndome en los Estados Unidos, sabiendo que no soy ciudadana legal.
Él sonríe y lo dice de una manera tan genuina pero para mi las palabras suenan con un sentimiento diferente.
Verá, yo soy una de las 11 millones de inmigrantes indocumentadas en Estados Unidos. Me trajeron de bebe y crecí completamente acá. Fui a la escuela aqui, corrí en el equipo de cross country, y hasta fui la reina de Homecoming.
Pero por falta de papeles, nos llaman a mi y a mi mama, indocumentadas.
Con la orden ejecutiva pasada por la administración de Obama en el 2012, muchos jóvenes como yo ahora tienen DACA, o sea, son protegidos por La Acción Diferida Para Los Llegados en La Infancia. Ahorita yo tengo autorización para trabajar legalmente y tengo un licencia de manejar. Aun no puedo votar pero sigo pagando impuestos (como lo e hecho antes del DACA, y como lo han hecho mi familia por toda su vida).
A se unos meses, escuche de un programa especial para que los DREAMers viajen al extranjero. El programa usa un proceso legal llamado “advanced parole” que nos permite viajar y regresas al país legalmente. El programa de viaje está basada en la Universidad del Estado de California en Long Beach con el apoyo del Centro de Estudios de California y México.
Ojo que el “advance parole” es un poco difícil. Simplemente para meter aplicación son $360 y se tiene que hacer mínimo unos cuantos meses antes del viaje. Solamente puedes recibir permiso por una de tres razones: un problema médico en la familia (enfermedad grave o la muerte de alguien), negocios o empleo, o para un programa de educación. Aun con una de esas razones, el lenguaje legal del documento específicamente dise: “Este documento no le garantiza a una persona el permiso de entrar a los Estados Unidos. CBP (Customs y Border Patrol) tiene la discreción de negar solicitud de entrada.”
Con un mensaje de mal agüero, aún metí aplicación y finalmente recibí el permiso de viajar de regreso a mi México.
Fui por tres semanas con 37 otros estudiantes con DACA para aprender sobre la historia social, política, y económica de mi país y para volver a conectarme con mi familiar que sigue viviendo en México.
Viajamos a sitios históricos como las Pirámides de Teotihuacán y el Palacio de Hernán Cortéz. También tomamos clases de español en la escuela CETLALIC en Cuernavaca, Morelos.
Como una primeriza, estaba completamente sorprendida simplemente por el tamaño de la Ciudad de México (creen que la Gran Manzana esta grande… esta ciudad es literalmente doble de la población y con 300 mas años de vida). También note como de normal eran las manifestaciones políticas (durante mi viaje, los maestros estaban acampados en el parque central protestando la reforma educativa). Hasta me dio chiste como la ciudad era tan amistosa a los perros!
Pero la parte más memorable de todo el viaje era la semana que regresamos a nuestra familias.
“Conocer a mi familia por la primera vez fue increíble. No hay palabras para explicar ese sentimiento tan especial – de conocer a la gente de foto o solo de voz y de repente poder verlos, tocarlos”
Aunque muchos inmigrantes en Estado Unidos hablan con sus parientes por teléfono o por las redes sociales, fue la primera vez que nosotros pudimos comer juntos o abrazarnos con nuestras familias, con nuestros tíos, primos, y hasta con nuestros propios padres.
En mi propia experiencia, pues yo pude ver donde descansa mi abuelo en Zacatecolotla, Guerrero. Mi abuelo falleció hace dos años y por nuestro estatus de inmigración en ese tiempo, ni yo ni mi madre pudimos visitarlo o atender su entierro. Para mi, eso quiso decir que nunca tuve el privilegio de conocer a mi abuelo fisicamente; para mi mamá, eso quiso decir 22 años de estar separada de su padre sin manera de decirle adiós antes de que muriera.
Igualmente, del lado de mi padre, él tuvo la oportunidad de ‘ver’ a su mamá después de 30 años gracias a la magia de Facetime. Aunque muchas familias en México tienen acceso a los teléfonos de casa o mobil, pocos tienen el internet y menos un aparato que permita video chatear. Gracias a los avances tecnológicos, este tipo de momentos son posibles como milagros modernos.
Pero no se crean tampoco; estas reuniones virtuales no serían necesarias si no fuera por este sistema de inmigración tan lento y complicado. Cada vez que conocía a otro miembro de mi familia, me quedaba una sabor agridulce. Me preguntaba – cuando los veré de nuevo y que tal si nunca tengo esta oportunidad otra vez?
Aunque estoy increíblemente agradecida por la oportunidad de conectarme con mi familia, tengo que reconocer que esta es una oportunidad que muy pocos pueden accesar. El viaje es caro, toma mucho tiempo, y francamente hasta es un poco espantoso. Cuando vine de regreso por el aeropuerto, por ejemplo, mi corazón estaba como tambor y tuve que confrontar que me arriesgue a salir de los Estados Unidos.
Esta no debería de ser nuestra única opción.
Necesitamos opciones que son accesible para nosotros y para nuestras familias que aun siguen sin estatus legal y son vulnerables a la deportación. Aunque Obama a hecho cambios con la prisiones privadas, en nuestro propio estado de Washington, el Centro de Detención de Tacoma es el centro más grande de la Costa Oeste que sigue como institución privada. Este centro proyecta una sombra sobre las familias indocumentadas como las mías, que viven en miedo de la deportación.
Este choque de nuestros deseos para el futuro y nuestra triste realidad crea una disonancia profunda.
Como Americana nacida en México, es difícil ser de dos países que tienen problemas tan obvios. En un mundo, somos atacados y nos denigran con palabras como “ilegales” y hasta tienen un candidato para la presidencia que apenas esconde su racismo y xenofobia. En el otro, nuestras economías están apenas vivas y nuestras familias an sido robadas de la oportunidad en el lugar que llamamos patria.
Los destinos de Estado Unidos y México están increíblemente enredados históricamente y económicamente. Pero también están inextricablemente unidos con gente como yo.
My deseo es que como gente indocumentada, nosotros usemos nuestras experiencias únicas para descifrar los problemas interrelacionados de los dos países. Como hijos de dos mundos, yo creo que tenemos las llaves para mejorar este problem transnacional, usando nuestras propias huellas como mapas.
“Esmeralda Jimenez es una reportera inmigrante y feminista. Nacida en México, asistió la universidad USC en Los Angeles y ahora escribe para The Seattle Globalist, Femme Feminism, La Raza del Noroeste y otros medios. Puede ser contactarla por correo electrónico -esmy@seattleglobalist.com