Sophia Vackimes, Oficina de Manejo de Emergencias, Ciudad de Bellevue
Estas son palabras que a nadie realmente le gusta escuchar. Crean tanto miedo y ansiedad que es casi imposible decirlos en voz alta sin crear pánico en quienes nos rodean. Sin embargo, en algunas partes del mundo, los terremotos ocurren con tanta frecuencia que muchas personas se encogen de hombros cuando se pronuncian esas palabras. Crecí en un área donde los terremotos son comunes; se necesita uno enorme para crear cualquier preocupación grave, la mayoría de las veces decir “Es un terremoto” no es gran cosa.
Estar en medio de una gran sacudida, o incluso una pequeña, puede ser aterrador. Me sorprende su poder y me he acostumbrado incluso terremotos mayores y he estado por lo menos en un par de desastres. Sin embargo, cuando recuerdo esas situaciones me doy cuenta de al momento cometí errores que podrían haber puesto mi vida en peligro. Ahora que trabajo en la gestión de emergencias, me doy cuenta de lo desinformada que estaba, y tal como aprendo trato de compartir información con la mayor cantidad de personas posible para que no se pongan en peligro como alguna vez lo hice yo.
Recuerdo que me levanté temprano la mañana del 19 de septiembre de 1995; esa iba a ser la fecha del terremoto más devastador de la ciudad en los tiempos modernos. Exactamente a las 07:17:50 la tierra comenzó a temblar con una fuerza enorme. Mi compañera de piso se despertó en ese momento; ninguno de nosotras sabíamos lo que teníamos que hacer. Me paré directamente debajo de una puerta y traté de encontrar una manera de salir de mi casa. Entonces Myriam, mi amiga, y yo tratamos de salir de casa corriendo. Teníamos mucha risa. Todo esto estaba sucediendo muy rápido, y el terremoto se estaba intensificando; nos parecía que el evento se alargaba más y más. Corrimos hacia la puerta del edificio que daba a la calle. Tomamos un par de pasos nos sorprendimos de todo lo que pasaba afuera. Los edificios colapsaban, las ventanas y las fachadas de piedra de los rascacielos se aflojaban y caían a las calles bloqueándolas y destrozando automóviles 35-40 pisos más abajo. No había forma de salir, y tanto Myriam como yo habíamos aumentado nuestra posibilidad de ser heridos de gravedad por nuestras acciones. Murieron miles de personas durante ese evento.
Con el paso de los años, aprendí cosas importantes sobre cómo reaccionar durante un terremoto. Todas se centran en la seguridad: los terremotos no deben tomarse encogiéndose de hombros, ni siquiera si se han experimentado muchos de ellos, ya que pueden convertirse en una situación desastrosa sin ningún tipo de advertencia. Además, cometimos dos grandes errores durante el evento: errores que nos podrían haber costado muy caro. Nunca deberíamos habernos metido en el paso de una puerta mientras la tierra temblaba. Uno debe dejarse caer, cubrir bajo una mesa y sostener, o si está en una silla de ruedas poner los frenos y sostenerse cubriéndose la cabeza. Dos: nadie debe correr fuera de un edificio puesto que pueden estar sacudiéndose aún, sufriendo daños, como la caída de ladrillos, mortero, vidrio o trozos completos de mármol, como lo experimenté ese día. El mejor consejo es mantener la calma es meternos debajo de una mesa, cubrir nuestras cabezas y abrazarnos firmemente de sus patas para sufrir golpes por causa de artículos que pudieran caer sobre nuestras cabezas o cuerpos. Después de que el terremoto se detenga, uno debe esperar y evaluar la situación y verificar nuestra seguridad y la de los demás.