Esther J. Cepeda
Columnista
CHICAGO – Esta columna es para todos los adultos con dientes torcidos que andan por ahí: Díganme si se identifican con esta historia.
Cuando yo era niña, soñaba con que me pusieran aparatos.
Cuando mis compañeros de escuela más adinerados comenzaron a aparecer con ellos, mi propio pedido me fue negado porque el costo estaba fuera del alcance de mi familia. Mi destino fue llorar —mucho— por mis dientes terriblemente torcidos.
Cuando tenía unos 10 años, inventé un plan para pasar 10 minutos al día tratando de rotar mis incisivos hasta dejarlos en una posición normal y plana, aplicando presión con mis pulgares e índices. Eso no funcionó —ni tampoco lo hizo mi brillante idea de utilizar clips de papel enderezados para poner mis pequeñas perlas en línea.
Durante toda mi juventud sufrí años de vergüenza cuando había que sacarse fotos en la escuela, fui comparada con ardillas y otros roedores —incluso por mis seres queridos y mis amigos— y una vez se refirieron a mí como a “la niña que hace arcos de McDonald’s con cada mordisco”. En la universidad noté que mis amigos tendían a prepararme salidas con muchachos que tenía dientes también torcidos, como si perteneciéramos a un mismo grupo de padres que no podían pagar la ortodoncia.
Después, un bello día -mucho después de haberme casado, haber tenido hijos y haber dejado muy atrás todo asunto de autoestima— mi dentista me dijo que si no me extraían cuatro muelas y me ponían aparatos, me esperaba una vida de dolorosos problemas dentales.
El tratamiento de ortodoncia a los 31 años fue la experiencia más larga, más dolorosa y extraña que he padecido. Durante un año y medio, apenas si pude comer, y cada vez que habría la boca la gente se asombraba y estaba llena de preguntas—¡¿una mujer mayor con aparatos?! ¿Por qué?
Hoy, sólo seis años después, ya no sería una excepción.
Casi me caigo de la silla el otro día cuando me enteré que la Asociación Norteamericana de Ortodoncistas está lanzando, por primera vez, una campaña de mercadeo dirigida a posibles pacientes adultos —para aumentar los crecientes números de adultos que están haciendo ahora lo que no pudieron hacer de niños.
Según la asociación, el número de norteamericanos de 18 y más años con aparatos u otros tratamientos para enderezar los dientes se ha más que duplicado entre 1994 y 2010 a 1,1 millones anualmente. Los adultos representan ahora uno de cada cinco pacientes de ortodoncia.
Estoy orgullosa de decir que yo fui la primera en mi familia en hacerme el tratamiento y, no mucho después, mi prima mayor también se lo hizo y después mi esposo. Y aunque el número de pacientes niños ha aumentado a un ritmo más lento que el número de pacientes adultos, mis dos hijos, que tienen dientes terribles, ya están en tratamiento y no puedo imaginar a ninguno de sus primos sin dientes derechos.
Ya sea que nuestra porque nueva estructura facial nos haya dado una nueva confianza, o porque otros nos hayan encontrado más atractivos debido a estándares de belleza contemporáneos, los aparatos ya han cambiado nuestras vidas en forma positiva.
Sin duda, son caros y pocas veces están cubiertos por el seguro dental o de salud, y como hay que forzar en nuevas direcciones a dientes que han estado en cierto lugar durante décadas, duele mucho. Y también surgen situaciones extrañas como tener una cita importante, con una persona a la que uno quiere impresionar bien durante una comida. Según el dolor que uno tenga, a veces es imposible morder hasta la comida más blanda, o también, quizás uno puede morder bien pero como suelen quedar restos de alimentos en los aparatos, uno casi no se atreve a abrir la boca y tiene que correr al baño a cepillarse y usar hilo dental en cuanto termina de comer.
Pero son sólo pequeños obstáculos para obtener una sonrisa que ya nunca más querrán ocultar.
Es cierto que lo que importa realmente es lo que está dentro de uno. Pero muchos adultos —especialmente los que pertenecen a familias que no pudieron pagar un tratamiento cuando eran niños, y quienes ahora están tratando de triunfar en la política, los medios, las corporaciones o cualquier otra situación en que la apariencia importa— encontrarán que tener una nueva sonrisa alineada los ayudará en la vida de múltiples maneras, como lo ha hecho a los que tuvieron ese beneficio en su adolescencia.
Sí, los aparatos son exactamente tan mágicos como yo los imaginaba cuando era niña. Si usted es un adulto y siempre quiso tenerlos, no lo dude, hágase el tratamiento —el costo, el dolor y los inconvenientes no son nada comparados con la alegría de sonreír ante el espejo todos los días.
La dirección electrónica de Esther J. Cepeda es estherjcepeda@washpost.com.