Como echar a perder las vacaciones

Jorge Ramos

Irse de vacaciones ya no es lo que era antes. Uno puede irse del lugar donde vive y trabaja pero, en realidad, no se va del todo porque estamos permanentemente conectados a través de la Internet y el celular.

El primer dilema de las vacaciones es ¿qué hacemos con el maldito celular? ¿Lo andamos cargando a todos lados, como si siguiéramos trabajando? ¿Lo apagamos? ¿O lo dejamos sólo en vibrador?

Un truco muy socorrido es dejar el celular prendido en el cuarto de hotel o donde pasamos las vacaciones. Pero en los primeros días de descanso cuesta mucho no ir a revisarlo cada ratito. ¿Y qué tal si alguien nos busca? Eso se llama incontinencia celular.

Advertencia: Siempre va a haber alguien que nos llame. No importa dónde estemos. ¿Y si nos necesitan para algo importante? Nos sentimos indispensables. Sin embargo, como demuestran tristemente las 14 millones de personas desempleadas en Estados Unidos, nadie es indispensable.

En unas vacaciones familiares recientes cerca de Playa del Carmen en la Riviera Maya de Yucatán, tardé tres días en separarme físicamente del celular, y tengo que reconocer que no lo pude apagar durante toda la semana. Al final me sentí un tonto. Tanto tiempo desperdiciado en llamadas que nunca llegaron o en llamadas sin importancia.

El segundo dilema tiene que ver con la Internet. Es muy difícil encontrar un lugar en el mundo donde no haya una conexión a la Red. La tentación es revisar constantemente nuestro correo electrónico. Pero el Blackberry, el iPhone o cualquier celular moderno nos regresan al lugar del que, supuestamente, queremos escapar por unos días.

La falacia más grande es “voy a ver mis correos un momentito”. Uno comienza con los e-mails personales, se da un paseo en Facebook, da la vuelta en Twitter y, ya con la guardia baja, se mete a revisar los correos de la oficina. ¡Gravísimo error!

Con un clic regresamos a los problemas de los que estamos huyendo. Todo puede esperar. Pero estando lejos cada correo sin contestar adquiere un matiz de urgencia. Un correo abierto en el momento equivocado puede arruinar cualquier vacación.

La casa donde me quedé recientemente — con una envidiable localización frente a las playas más bonitas del mundo — tenía un solo inconveniente: una computadora con acceso a la Internet.

Mi aún no reconocida adicción digital tuvo sus fases de enfriamiento y calentamiento. Me prometí no revisar mis correos electrónicos más de una vez al día. Y lo logré por dos. Pero como el cuento más breve del mundo de Augusto Monterroso (el escritor Guatemalteco de cuentos cortos), cuando desperté, la computadora todavía estaba allí. El monstruo me tentó hasta que, finalmente, sucumbí a su teclado día y noche. Era un adicto a Internet.

Me sentía un imbécil tecleando en medio de mis vacaciones. Ni uno de los cientos de correos que abrí y de las decenas que contesté valía la pena. Pero no podía separarme de la computadora. Hasta que aparecieron los mosquitos.

Una tarde que presagiaba tormentas en la península de Yucatán no trajo lluvia pero sí una invasión de mosquitos. Y sólo eso me hizo romper mi adicción.

Pero ya era demasiado tarde. Mis vacaciones estaban a punto de terminar y me había pasado horas inútiles pegado al celular y a la Internet. Admiré a esos héroes antediluvianos que se pueden pasar días sin responder llamadas, textos, “emilios” y “tweets”, y sentí nostalgia por la época, no hace mucho, en que no había celulares ni satélites ni computadoras portátiles.