Por Efrain Palomino Morales
Corresponsal de La Raza del Noroeste
Fueron cinco gritos llenos de euforia que más que celebrar gol tras gol sacaron la frustración acumulada a lo largo de diez años de total sumisión. Fueron noventa minutos (sobre todo los últimos cuarenta y cinco) en los que el “gigante verde” nos volvió a pintar en el rostro la sonrisa orgullosa del mexicano que se sabe aún el mandón de la Concacaf.
La goleada que México le propinó a los Estados Unidos en la final de la Copa Oro 2009 fue una victoria contundente que le da a nuestro país la quinta Copa Oro en su historia y, sobre todo, nos muestra que al final del oscuro túnel en el que aún se encuentra nuestra cáscara hay una luz de esperanza.
Así es, mis consumidores del chicharrón en salsa verde acompañado con frijolitos negros de la olla, el Tri por fin nos dio una satisfacción que, incluso, algunos celebraron como si se hubiera levantado la Copa del Mundo. Sin embargo, la mesura es la que debe reinar en la familia futbolística (sobre todo en la pierna del Vasco, no vaya a ser que con este sonado triunfo ahora quiera ser entrenador nacional de Taekwondo), y es que el 12 de agosto frente a los compadres “gringos” la cosa será distinta.
México debe dejar de lado el confeti, la trompeta y la botella de tequila y enfocarse en lo que sigue: el partido eliminatorio rumbo a Sudáfrica 2010 frente a Landon Donovan y compañía. Recordemos que a la selección de las barras y las estrellas que se le ganó es el equipo B, y que lejos está de aquel grupo de futbolistas que apenas hace unas semanas maravilló en la Copa Confederaciones frente a España y Brasil.
El ángel de la independencia retumbó en la Avenida Reforma, los corazones mexicanos tuvieron una alegría por la cual dar vuelcos estremecedores, no obstante la batalla rumbo a la justa mundialista regresa y, como diría José José, “¡Ya lo pasado, pasado, no, no me interesa!