Por Jorge Rivera
La Raza del Noroeste
Quizá usted no sea un fanático del beisbol, quizá apenas sienta curiosidad pero note que, visto por televisón, parece aburrido. Algunos crecimos viéndolo; algunos incluso ayudamos a nuestros padres a dibujar las dos filas de diez cajitas en una hoja de periódico, para llevar el ¿score¿, la cuenta de la carreras. Cada deporte tiene su atractivo, y en ¿la pelota¿, como lo llaman en el caribe, la estrategia, la tensión y los nervios de un partido parejo, son difíciles de comparar. Esta semana terminó un evento inolvidable, el clásico mundial de beisbol, el segundo. Y recuérdelo bien, porque quizá en 20 años, o menos, este evento sea tan importante como el mundial de futbol, por lo menos en los países que practican ese deporte. Porque el beisbol está cambiando, y para mejorar, aunque desafortunadamente no aquí. El clásico mostró a dos equipos asiáticos con un número limitado de jugadores de las ¿Grandes Ligas¿, dándo una lección a los multimillonarios jugadores de este lado del mundo. Y es que el beisbol que trajeron se parece a ese beisbol de base que, por lo menos quien escribe, no veía hace mucho tiempo. Es un juego donde la inteligencia y la habilidad son más importantes que la fuerza; donde los ¿toques¿, los ¿dobletes de piernas¿, los ¿pisa y corres¿ y otras jugadas astutas, importan más que los cuadrangulares. Y ganan más partidos. Japón retuvo su título del clásico bateando apenas 4 cuandrangulares en 9 juegos; E.U. bateó 12, el triple, y no pudo. Porque mientras en asia desarrollan el juego con amor e inteligencia, aquí mandan los millones, al punto de crear la vergüenza de la producción de humanos, crecidos con hormonas sintéticas, para que triunfen en la liga. Qué tristeza. JRP