Por Efrain Palominos Morales
Corresponsal de La Raza del Noroeste
Todo fue un triste espejismo. Que el Tri estaba de vuelta después de vencer a los ticos por dos goles de diferencia. Que la selección reverdeció sus ánimos al hacer valer la jerarquía del Estadio Azteca. Y que el “gigante” de la Concacaf por fin despertó para retomar su lugar natural. Es muy triste lo que les diré, mis consumidores del guacamole con nachos, pero nada de eso es cierto. La visita que hicieron nuestros prietitos a Honduras sólo sirvió para bajarnos de la nube en que andábamos todos los amantes de la cáscara nuestra. Ahora mismo me siento como dice la canción: “¡todo se derrumbó, dentro de mí, dentro de mí!”. La calificación de México al mundial Sudáfrica 2010 ha dejado de ser, desde ahora, algo lógico para convertirse en una desesperada añoranza. Nuestra selección no ha terminado de definir un estilo de juego que lo lleve a imponer sus condiciones a los contrincantes y eso, estoy seguro, es la pala que está cavando la tumba de nuestros gallos. Es verdad que la derrota ante los catrachos no es el fin del mundo, pero este amargo resultado ha dejado al desnudo las debilidades que actualmente sufre el equipo azteca. Después de los dos fracasos que ha tenido fuera de casa frente a los gringos y los hondureños, nos queda claro que si el Tri aspira a lograr uno de los tres boletos y medio que “caritativamente” da la FIFA a la Concacaf lo será sólo si gana de local. Lejos han quedado aquellos años donde los nuestros tomaban por asalto a Centroamérica y se traían sendas victorias. Hoy en día a México se le respeta únicamente por el tequila y por el mariachi, porque si hablamos de la cáscara estamos como al mandibulín: “nadie nos respeta”. La cosa está más fea que mis tías las quedadas, sin embargo, hay que levantar la cabeza como guerreros aztecas que somos y seguir en la batalla mundialista, porque si algo es seguro en el fútbol es que la pelota rueda para todos, y la nuestra está por llegar.