Dalila Sarabia y Ernesto Núñez
Agencia Reforma
MÉXICO, DF 29-Jun .- Eran las 10:30 horas y los capitalinos ya calentaban motores para disfrutar del partido de México en el Mundial de Futbol.
Apenas el reloj marcó las 11:00 horas y la Ciudad puso pausa a sus actividades.
Poco transporte, esporádicos automovilistas y algunos peatones deambulaban por las calles.
En los restaurantes de Paseo de la Reforma y del Centro la fiesta, titubeante, comenzaba.
“¡Carajo!”, gritaban los aficionados. Ya habían pasado 45 minutos y aún no caía el gol.
Al minuto 47, Giovani Dos Santos le dio esperanza a la afición… el milagro estaba cerca.
Sin embargo, y pese a que las iglesias permanecieron abiertas y no retrasaron su misa de mediodía, las oraciones no surtieron efecto.
Luego de pasar más de hora y media bajo los incesantes rayos de sol a los pies del Monumento a la Revolución, Weslejy Sneijder, al minuto 88 del partido se convirtió en el villano que apagó, de golpe, la esperanza mexicana.
Del mismo modo, unos cuantos minutos bastaron para despertar a la multitud que se congregaba en el Zócalo capitalino de lo que parecía un sueño colectivo.
Unas 75 mil personas vivieron la ilusión de la victoria, pero los dos goles de Holanda, en los últimos minutos del partido, cayeron como cubetadas de agua helada sobre la Plaza de la Constitución y, de la alegría, los aficionados pasaron a la frustración, la tristeza, el enojo.
Y comenzó el éxodo de aficionados con caras largas.
Cabizbajos, miles de aficionados caminaron de regreso a sus casas, ante la mirada triste de los comerciantes del primer cuadro, que habían visto repuntar sus ventas con los partidos del tricolor.
Unos cuantos se dieron cita en el Ángel de la Independencia, apenas mil 500, según la Policía; y en la Glorieta de Bosques de Reforma otros 50, para protagonizar un fúnebre festejo.