Nuestra relación amor/odio con el fin del mundo

Por Esther cepeda,

The Washington Post

CHICAGO — Estamos en verano, el momento perfecto para la ansiedad apocalíptica.

Las películas más populares hasta el momento–”Mad Max: Fury Road”, “Jurassic World”, “San Andreas”, “Terminator Genisys”–se centran en una sequía posterior al colapso de la civilización, en la ingeniería genética en caos, en el mayor terremoto que se haya experimentado y en el terrorismo cibernético, y todos ellos provocan el fin de la vida tal como la conocemos.

Y además de los brotes epidémicos virales en la vida real, las catástrofes naturales y los presagios religiosos/espirituales (¿recuerdan las fatídicas predicciones mayas del 12/12/12?), no podemos olvidar a los zombis: “Fear the Walking Dead”, un derivado del exitoso programa de TV “The Walking Dead”, se estrenará en pocas semanas.

Sin duda, amamos ese terror del fin del mundo.

¿Qué puede ser más divertido que pasar unas horas mirando cómo los últimos sobrevivientes de diversos grupos de civilización se destruyen mutuamente por un vaso de agua, o cómo un maremoto gigante provocado por un terremoto se traga San Francisco?

Estaba pensando sobre el deleite con el que algunos nos lanzamos a la última amenaza y llegué a la conclusión de que no hay mejor fantasía que aquella en la que los pobres diablos mueren para dejar que los sobrevivientes, claramente superiores (siempre nos incluimos a nosotros mismos en ese conjunto de héroes aún no-descubiertos) reconstruyan un mundo mejor.

Pero el Dr. Shmuel Lissek, profesor del departamento de psicología de la Universidad de Minnesota y experto en ansiedad, me paró en seco: “Ésa es la perspectiva religiosa”, dijo.

“La religión cristiana y también otras religiones, ven ciertos hechos [apocalípticos] como el plan de Dios representado, en que los transgresores son castigados y los fieles recompensados con una vida nueva, mejor.”

Como católica no-practicante y no-religiosa, retrocedí.

Parecía improbable que mis compañeros espectadores, que se podría decir están sedientos de sangre, fueran particularmente religiosos. Pensé más bien que tal vez éramos presas fáciles de ilusiones de grandeza a expensas de, por ejemplo, los infelices desafortunados que caían en la falla de San Andrés.

Pero Lissek dijo que no es sólo eso.

“Una cosa es un aburrimiento anticuado. La gente vive su vida, sus rutinas–va al supermercado, recoge a los niños, etc.–la idea de que algo muy diferente que suceda es emocionante.

Por supuesto, si llegara a pasar algo, se volvería rápidamente en horror, pero este tipo de entretenimiento quiebra el aburrimiento,” dijo.

“Parte de la diversión es que cuando uno mira estos films o considera situaciones [apocalípticas], pasa momentos en que está realmente asustado pensando que esa situación puede tener lugar. Después, uno siente alivio cuando somete la amenaza a un análisis racional.”

Un análisis racional es justamente lo que yo buscaba cuando contacté a Lissek, quien comenta sobre la ansiedad humana con respecto a desastres y escenarios de fin del mundo, para ver si había oído hablar del PEM.

La amenaza de un PEM–pulso electromagnético, o estallido breve y masivo de energía (causado principalmente por una bomba nuclear detonada por encima de la atmósfera de la Tierra) que freiría todos nuestros aparatos electrónicos y causaría el fin de prácticamente todo–será, escuchen lo que digo, sujeto de la siguiente catástrofe.

Mi marido, conocedor de las catástrofes de zombis, no ha dejado de hablar del PEM después de leer “One Second After”, una novela de 2009 de William R. Forstchen.

Había estado hablando a medias en serio sobre construir las así llamadas jaulas Faraday, en las que almacenar unos pocos artículos básicos para el apocalipsis post-PEM, cuando escuché en el programa de NPR, “On the Media”, uno de mis favoritos, una entrevista con Rocky Rawlins, editor de survivolibrary.com, sobre una serie sobre una potencial Edad de las Tinieblas Digital.

Al referirse específicamente a la posibilidad de que un PEM destruyera nuestra red energética, Rawlins dijo: “En 2001, el Congreso estableció un comité cuya principal inquietud era qué ocurriría si una nación proscripta … o un PEM [natural] causado por el sol” tuviera lugar. (¡Ay!) Rawlins pasó a hablar de las preparaciones para sobrevivir esta posibilidad catastrófica.

De pronto, la jaula Faraday de mi marido no pareció una locura. Resulta que su respuesta es simplemente evolutiva.

Lissek me dijo que “los humanos, y muchas otras especies, fueron programados para encarar las amenazas increíbles seriamente porque en el curso de nuestra historia evolutiva.

El costo de no prestar atención a una amenaza es mucho mayor que el de la falsa alarma. La gente que se preocupa menos tiene menos probabilidades de pasar sus genes.”

Así que, ya ven. Disfruten de sus ilusiones de grandeza o paranoia sobre el futuro. Es biológico–sólo no se olviden de divertirse con todo el asunto.