Por NICOLE WINFIELD,
Associated Press
EN EL AVION PAPAL (AP) — A 10.600 metros (35.000 pies) de altura, se observa un papaFrancisco distinto.
Y no solo por el hecho de estar tan cerca de él en el avión papal o de comer la misma lasaña que tanto le gusta en los vuelos de Alitalia que lo llevan por todo el mundo. Una puede ver a un Francisco relajado, rodeado de sus principales colaboradores, que se embarca en una nueva aventura o regresa a casa agotado. Para empezar, tiene un sentido del humor casi siniestro. Cuando un colega español le preguntó ade dónde sacaba energía, el papa respondió: “Lo que quiso decir es qué droga toma”. Cuando un periodista alemán quiso saber por qué habla tanto de los ricos y los pobres y no de la clase media, Francisco le agradeció por haberlo “corregido”. Dijo que era un error de su parte y prometió abordar el tema después de pensarlo más a fondo. Francisco tiene algo de matón callejero, producto tal vez de su infancia como hijo de inmigrantes en un barrio obrero de Buenos Aires o de su trabajo en las villas miseria de la capital argentina. En una ocasión un periodista francés le preguntó por un ataque de extremistas islámicos y el papa respondió fingiendo tirarle un golpe a un asistente. Explicó que si alguien insulta a su madre, o a su fe, puede recibir un golpe.
Cuando finamente me tocó estrecharle la mano y presentarme, empecé a recitar mi pequeño discurso. Pero él me interrumpió.“¿Cómo se llaman?”, me preguntó. Descolocada, le agradecí por haberme preguntado y le dije los nombres y las edades de mis hijos. “Ahhh”, dijo Francisco. “Me gusta preguntarle a una madre por sus hijos porque siempre sonríe”. Fue así que aprendí, que Francisco tiene algo de seductor, que es una persona que puede manejarse con un extraño con toda normalidad.