Por Efrain Palomino Morales
Corresponsal de La Raza del Noroeste
Todo estaba listo para que el Chivas – América fuera todo un clásico. En las gradas la expectación por ver cómo el nuevo técnico nacional se chutaba unas tortas ahogadas acompañadas de sus respectivas espumosas en el palco principal el dueño del rebaño haciendo "changuitos" para que Paco Ramírez no le saliera con su domingo siete en su partido debut; y en el palco visitante la mirada impotente de Salvador Cabañas por perderse el partido de partidos. Lo que se jugó el domingo pasado fue más que un clásico. Sobre la cancha del Jalisco se pusieron varias cosas pendientes, para empezar el subliderato del grupo de los "muertos", en el cual, quitando a Pumas que ya se apoderó del primer lugar, todos, incluyendo a los pobres cementeros, tienen posibilidades de meterse a la fiesta grande. Además de la lucha por la calificación, en el clásico hubo detalles que son dignos de tomar en cuenta: Vergara estuvo en el banco del chiverío minutos antes del silbatazo inicial, y no sólo visitó a su equipo para motivarlo con la "recia" (pus ni que fuera tan malo como lo pintan), más bien se le vio confiado y sonriente acomodándole a Paco Ramírez el saco, poniéndole salivita en el pelo para apaciguarle el almohadazo y diciéndole al oído, cual novia de rancho: "si no copelas… cuello". Por su parte, las águilas hicieron lo que pudieron (tan jodidas andan pues). Apenas y Memo Ochoa se salva de la mediocridad de un equipo que parecía ver la luz de la mano de su Mesías Jesús Ramírez, pero que sus limitaciones los ha puesto en su triste realidad. La cruda moral en el nido lleva una semana y ni con chilaquiles se les quita la cara de pelones de hospicio. El resultado favoreció al que mejor jugó. No obstante, al Guadalajara le falta mucho para ser ese equipo "querendón" que la raza mexicana ama. Por lo pronto, la fiesta sigue en la perla tapatía gracias a un clásico que por momentos fue emocionante y en el que la pachanga nunca menguó, sobre todo en los palcos a ritmo de mariachi, entrándole a las tortas ahogadas y dándole mate a unas cuantas espumosas ¿Qué no, mi Vasco?