Jorge Ramos
Al acercarse el Día de la Independencia el 16 de septiembre, mi primer impulso es decir que nada hay que celebrar en México.
Cierto, este año marca el bicentenario de la independencia del país de España y el centenario de su revolución. Pero, ¿cómo podemos celebrar cuando más de 28,000 personas han sido asesinadas por la violencia relacionada con el narcotráfico desde que Felipe Calderón llegó al poder en 2006? ¿Cómo celebrar cuando acaban de asesinar a 72 trabajadores migrantes centro y sudamericanos en el estado de Tamaulipas?
¿Cómo celebrar cuando, según la Comisión Nacional de Derechos Humanos, 20,000 migrantes son secuestrados en México cada año?
¿Cómo celebrar cuando el presidente Calderón no puede crear suficientes empleos para disminuir el flujo constante de jóvenes hombres mexicanos hacia Estados Unidos? En una entrevista en la campaña de 2006, Calderón me aseguró que crearía 1 millón de empleos al año, y ni siquiera ha estado cerca de esa cifra.
¿Cómo celebrar cuando tantos mexicanos están viviendo en la pobreza – y mientras tanto algunos de los ricos mexicanos se encuentran entre los más acaudalados del mundo?
Todo esto es cierto. Pero creo, sinceramente, que los mexicanos sí tenemos mucho que celebrar.
Es importante recordar que México no es su gobierno. Muchos mexicanos se quejan de la escasez de empleos, la pobreza, la profunda desigualdad económica y la incapacidad del presidente y del Congreso para enfrentar la violencia en México. El país tiene una sociedad civil muy activa y llena de energía, que suele marcar una sana distancia frente al poder. Eso es algo que celebrar.
Mi gran esperanza en México radica en sus millones de jóvenes que han aprendido a no esperar cambio por parte de su gobierno, y en lugar de eso tratan de realizar el cambio ellos mismo. Lean sus comentarios en Twitter y en Facebook – llenos de energía, ideas y humor – y no podrán evitar sentirse optimistas acerca de las perspectivas de México. Eso es algo que celebrar.
Aún recuerdo una conversación que sostuve en la casa del escritor Carlos Fuentes. Tras hacer una radiografía de todos los males nacionales del día, él insistía en que la grandeza de México radica en su cultura. A pesar de sus problemas, decía, México aguanta dos volcanes. Nada más cierto.
Nuestra tradición cultural incluye al propio Fuentes, a Octavio Paz – ganador del Premio Nobel de Literatura en 1999 – y a Juan Rulfo, cuyas obras han inspirado a legiones de escritores jóvenes. Hoy estamos rodeados de una nueva generación de narradores dispuestos a explorar otros espejos, laberintos y llanos. Eso es algo que celebrar.
Al mismo tiempo, el nuevo cine mexicano está en manos de un creciente grupo de artistas que no se ha olvidado de su país pero a quien México le quedó chiquito. Y qué bueno. Estos cineastas trascienden fronteras, trabajando por igual en México y en Hollywood y más allá. Ya no es inusual ver a directores, productores, guionistas y actores mexicanos en los más famosos y prestigiados festivales cinematográficos. Ellos están exportando una nueva imagen de México al mundo y están trayendo el mundo a México. Eso es algo que celebrar.
Cuando el escritor y activista político Carlos Monsivais murió el pasado junio, México perdió una de las más importantes voces críticas contemporáneas. Pero la valentía y espíritu de Monsivais no se han perdido. Al contrario, se ha contagiado.
México es el país más peligroso del continente para ejercer el periodismo. Naciones Unidas y la OEA acaban de reportar que no menos de 64 periodistas han muerto en la última década. Pero atrás quedaron siete décadas de censura y autocensura. En México hay grandes periodistas – desde Elena Poniatowska hasta Lydia Cacho – que no nos dejarán caer, nunca más, en el hoyo negro del silencio. Eso es algo que celebrar.
Soy uno de los mexicanos que emigraron al norte, a Estados Unidos. Aquí extraño la música, la comida, los lugares familiares y los amigos que dejé atrás hace más de 25 años; recuerdo aún vívidamente las imágenes y sonidos y sabores de mi infancia. Pero sé que Estados Unidos es un mejor país – más tolerante, más diverso, más fuerte – gracias a la presencia de tantos inmigrantes como nosotros. Y eso es algo que celebrar.
Y aplaudo a las estrellas mexicanas en ascenso que se forjan un nombre en el resto del mundo – como la recientemente coronada Miss Universo, Ximena Navarrete, y el joven futbolista “Chicharito” Hernández, primer jugador mexicano en el Manchester United. Desde lejos, sé que México tiene mucho que celebrar.
Es cierto también que la violencia y la muerte marcan el bicentenario de la siguiente semana. Pero Octavio Paz nos enseñó que la vida y la muerte siempre han convivido en la cultura mexicana. Y este aniversario no es la excepción. Cuando 71 años de gobierno autoritarista terminaron con las elecciones del 2000, celebré jugando futbol en la plaza principal de la capital, el Zócalo. La semana siguiente planeo hacer exactamente lo mismo.