Jorge Ramos
Columnista
Esperaba violencia en México y eso es exactamente lo que tenía frente a mis ojos. Un militar tenía el dedo en el gatillo de una ametralladora y estaba apuntando directamente al auto en que yo viajaba con un chofer y otro periodista de Univision, Porfirio Patiño. Otros dos militares nos rodearon con las manos en sus armas y a gritos nos obligaron a detenernos.
Apenas dos horas antes habíamos circulado por el mismo lugar sin problemas. Era de noche, estaba lloviendo, no había nadie más en la calle. Porfirio y el chofer subieron las manos y yo, en la parte de atrás del coche, dejé de respirar para no moverme. Finalmente, constataron que éramos periodistas y nos regresaron a punta de un fusil por dónde veníamos, sin ninguna explicación.
Estos tensos soldados eran parte de un contingente de más de 3,000 tropas y policías federales que inundaron Monterrey a raíz de la matanza. El 25 de agosto, varios hombres entraron al casino, dispararon sus armas y obligaron a la gente a correr hacia adentro, en busca de baños y oficinas – de cualquier lugar para escapar. Los sicarios procedieron entonces a incendiar el salón de juegos.
Viajé a Monterrey para que nadie me contara lo que estaba pasando y para que no dijeran que solo critico a mi país desde lejos. Y vi a mucha gente doblemente enojada. Primero, por supuesto, con los criminales. Pero también con el presidente Felipe Calderón y con su gobierno por no proteger a su gente. Cada muerto es un fracaso y una muestra de impotencia.
No soy de los que creen que la masacre en Monterrey marcará un punto de inflexión en México. Quisiera que así fuera: el pueblo de México quiere un cambio, pero Calderón no va cambiar. Creo que los mexicanos están resignados a esperar la elección del próximo presidente en 2012 – alguien que implante una nueva estrategia nacional para enfrentar la violencia.
Ojo, no estoy abogando por una tregua o una amnistía. Nadie, en su sano juicio, puede proponer una negociación con asesinos. Pero la estrategia militar dirigida por Calderón contra los cárteles, aplicada desde su toma de posesión en 2006, simplemente no está funcionando: más de 40,000 vidas se han perdido en México, pero el volumen de drogas que fluye hacia los consumidores estadounidenses no ha disminuido significativamente.
Las marchas de indignados, me temo, no van a cambiar el clima de violencia. Gritar »basta« ya no basta. Claro, pedir menos corrupción y más educación es básico. Pero eso es a largo plazo.
Lo que México necesita urgentemente en estos momentos son medidas concretas y eficaces que puedan frenar la criminalidad organizada, como las que Colombia llevó a cabo en la década de 1990 para dominar a los cárteles de los estupefacientes. En una columna previa detallé cuatro propuestas basadas en el plan colombiano, que México debe empezar a aplicar ahora:
1. México necesita crear una fuerza policial nacional para reemplazar a los más de 2,000 cuerpos de policía, que están mal entrenados y sin coordinación.
2. México necesita crear una fuerza élite e incorruptible dedicada únicamente a combatir a los narcotraficantes criminales. Los departamentos de policía y el ejército han demostrado, una y otra vez, que no pueden hacerlo.
3. Pegarle a los narcos donde más les duele: en el dinero, en sus cuentas. Por ejemplo, hay sospechas que existen algunos casinos que lavan dinero de los narcos y, tras cobrarse una comisión, se lo regresan en forma de cheque y limpiecito. Esto debe terminar.
4. México debe recobrar sus ciudades y sus carreteras, una por una. Eso fue lo que hicieron los colombianos en Medellín y Cali. Debemos recuperar Cuernavaca y Ciudad Juárez de manos de los cárteles.