Esther Cepeda
Columnista
CHICAGO – Cada vez que escribo sobre el papel que podría desempeñar el estado en reducir la obesidad, la gente se altera increíblemente por lo que ven como una intrusión indebida del estado en la vida privada.
Les ahorraré la furiosas misivas, todas en letra mayúscula. Pero más que la inquietud sobre la ineficacia general del gobierno o la pérdida de las libertades individuales, el grito de guerra más común que oigo es que el gobierno no tiene por qué meter la nariz en asuntos de dietas y de salud.
El estratega republicano Karl Rove expresó esta misma conocida protesta en una reciente columna del Wall Street Journal, donde se lamentaba de la “política de condescendencia” de los liberales —su falta de fe en la capacidad de la gente para tomar las decisiones que más le convienen.
Rove escribió: “La visión del estado-niñera de los demócratas hasta sostiene que no se puede confiar a los padres, el desayuno de sus hijos. En una iniciativa financiada por el estímulo del Sr. Obama, directrices ‘voluntarias’ entrarán en vigencia en 2014 para prohibir el uso de personajes de dibujos animados, como Tony y Tiger, para comercializar los cereales del desayuno. Las restricciones de publicidad irán dirigidas incluso hacia la manteca de maní y la jalea”.
Pienso que Karl Rove es un tipo inteligente y estoy de acuerdo con gran parte del resto de su columna, que defiende los mercados libres como el mejor camino hacia la prosperidad económica. Pero está totalmente equivocado con respecto al gobierno y los alimentos.
Para empezar, no se puede, de hecho, dejar a cargo de los padres el desayuno de sus hijos —las estadísticas de la obesidad lo demuestran.
Nacionalmente, alrededor del 16 por ciento de los niños entre 10 y 17 años no sólo tienen sobrepeso, sino que son obesos, según el informe “F as in Fat” (F de Gordo)(1) del Trust for America’s Health y la Robert Wood Foundation. Otros estudios han hallado que casi el 10 por ciento de los bebés y niños de hasta 2 años tienen peso excesivo, y más del 20 por ciento de los niños entre 2 y 5 años ya tienen sobrepeso o son obesos.
Hasta los padres que creen que están inculcando hábitos alimenticios moderados al renunciar a cereales azucarados anunciados mediante caricaturas, pueden felicitarse a sí mismos pensando que están proporcionando a sus hijos alimentos sanos, cuando eso no siempre es así.
Los Cheerios, el cereal más vendedor en Estados Unidos, tiene tantos hidratos de carbono en una taza como tres galletitas de chocolate Chips Ahoy, más casi un 10 por ciento del consumo diario de sodio recomendado para adultos, y muy poca fibra. Los alimentos “sanos”, como la avena instantánea con sabores y el yogur tipo postre, no son mucho mejores.
Y podríamos discutir esos ejemplos porque toda comida puede ser saludable o no-saludable dependiendo del resto de las cosas que forman la dieta diaria. Pero así es la nutrición: La elección de los alimentos diarios no es simple ni intuitiva, y tampoco es posible predecir completamente si son o no saludables. En las últimas semanas, ¿qué persona consciente de la salud no ha leído titulares sobre el brote de listeria, originado en melones cantalupo y en la lechuga, sin preocuparse sobre la seguridad de todas las frutas y vegetales en el refrigerador?
Sin duda, el valor de la intersección entre el gobierno y los alimentos está claro para aquellos que evitaron opciones típicamente sanas, que podrían haberlos enfermado si el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades no estuviera vigilando.
Sabemos que los adultos tampoco están en buena forma. En septiembre, la publicación médica británica Lancet calculó que la mitad de Estados Unidos será obesa para 2030, a menos que la intervención del gobierno lo impida.
Desde abril de 2010, peritos militares han advertido sobre los ciudadanos que no pueden entrar en las fuerzas armadas por ser “demasiado gordos para luchar”. Este mes, durante la reunión anual de la Association of the U.S. Army, en Washington, el teniente general Eric Shoomaker, director médico del Ejército, expresó a los participantes que aproximadamente el 15 por ciento de los efectivos en servicio activo y el 30 por ciento de las unidades de reserva no pueden ser enviados a destino por razones médicas. Los problemas más comunes son lesiones musculares y óseas como consecuencia del hecho de que uno de cada cuatro reclutas del Ejército tiene deficiencia de hierro y densidad ósea deficiente —por desnutrición— y de que los reclutas en general tienen el índice de masa corporal más elevado en la historia del Ejército.
En esto, ¿tampoco debe el gobierno meter la nariz? Seamos realistas, obviamente por bien del país el gobierno debe adoptar un papel activo en la salud de sus ciudadanos.
Si eso significa impedir que los lobbys ejerzan su influencia para que las estampillas de alimentos se conviertan en un método de pago aceptado en los restaurantes al paso o para que las frutas, vegetales y granos enteros sean más asequibles —o por gravar la comida-basura— el gobierno tiene un papel legítimo que desempeñar en nuestros hábitos alimenticios.
Si los Karl Roves del mundo dejaran de considerar los esfuerzos por educar a los padres sobre el alto contenido de grasas y azúcares en los alimentos como una intromisión del gobierno, este país podría dedicarse con mayor rapidez a combatir nuestra epidemia de obesidad bipartidista.
Notas del traductor (1)
Referencia a la calificación “F”, que en Estados Unidos es un “Reprobado”.
La dirección electrónica de Esther J. Cepeda es estherjcepeda@washpost.com.