No están en busca de la marca del sindicato

Esther Cepeda

Columnista

CHICAGO – Mientras los observadores fuera de Wisconsin tratan de comprender lo que significa el fallido intento de convocar a nuevas elecciones para destituir al gobernador republicano Scott Walker, concentrémonos, en cambio, en lo que dice este llamado triunfo contra los gremios acerca de los Grandes Sindicatos.

El comentario favorito sobre el asunto llegó vía Twitter: “Por favor expliquen: ¿Por qué tanta gente que yo conozco que forma parta de sindicatos (gremios o maestros) está tan entusiasmada por el triunfo de Walker?”

Permítanme el sarcasmo: Porque no todo gremialista ni maestro desea que lo obliguen a ser miembro de un sindicato. Y sin duda, no quieren pagar elevadas tarifas al sindicato para apoyar programas políticos que no tienen nada que ver con, por ejemplo, educar a los niños.

Así me sentí yo cuando era maestra y miembro forzado de un sindicato, y como me siento aún como esposa de un maestro miembro de un sindicato. Y muchos otros piensan de la misma manera.

No es que esto fuera evidente en la cobertura periodística, durante el invierno de 2011, de masas de maestros radicales de Wisconsin, que se ausentaron del trabajo por enfermedad para poder desplazarse al edificio del capitolio del estado a fin de blandir carteles que comparaban al gobernador Walker con Hitler. La cobertura de los simpatizantes de los sindicatos con sus logos de puños cerrados llevó a imaginar que todos los que apoyaban las negociaciones colectivas componían una gran familia feliz.

Pero si la caída en el número de miembros no ilustra adecuadamente el deseo de los trabajadores de Wisconsin de ser liberados de sus sindicatos —el Wall Street Journal informó, recientemente, que el número de miembros de las filiales de la Federación de Empleados Estatales, del Condado y Municipales cayó en un asombroso 55 por ciento, una vez que se abolió el cobro obligatorio de tarifas— las encuestas a la salida de los comicios, el martes, lo dejan claro.

Según el Washington Post, casi un tercio de miembros de sindicatos que emiten su voto lo hizo a favor de Walker, como lo hizo también el 48 por ciento de los electores que viven con un miembro sindical sin ser ellos miembros.

Los maestros, en particular, no aman los sindicatos, a los que básicamente están obligados a afiliarse; y datos recientes muestran que los contribuyentes crecientemente coinciden con ellos.

La publicación Education Next y el Program on Education Policy and Governance de Harvard han seguido las actitudes de los maestros hacia los sindicatos desde 2009, y aunque las cifras fueron estables hasta 2011, este año cayeron notablemente.

Aunque la mayor parte de la población general se sintió neutral, el porcentaje de gente con una opinión positiva de los sindicatos de maestros cayó al 22 por ciento este año, de un 29 por ciento en 2011. El año pasado, el 58 por ciento de los maestros tenía una opinión positiva de los sindicatos, pero sólo el 43 por ciento la tuvo este año, y el número de maestros que tiene opiniones negativas de los sindicatos casi se duplicó al 32 por ciento en 2012.

¿Podría ser eso debido a que los maestros se están cansando de ser peones políticos? ¿Es posible que estén molestos porque se presentan al trabajo todos los días deseando sólo enseñar a los niños, pero los bombardean con propaganda sindical, que procura pintar las comunidades a las que educan como venenosas hacia los maestros? Los maestros tienden a ser exigentes en cuanto a su autonomía en el aula, por lo que es razonable creer que se están hartando de la presión constante, como la que yo sentí, para seguir la línea del sindicato mientras enseñan a sus alumnos.

O quizás los maestros ya no quieran ser representados por organizaciones que insisten en pintar su gratificante profesión a la par de las luchas de los mineros de carbón.

De cualquier manera, el número de maestros que está de acuerdo con normas que son anatema para los sindicatos —que la remuneración debe basarse en el desempeño y no en la antigüedad ni en los estudios universitarios acumulados— está creciendo, según el estudio “Perfil de maestros en Estados Unidos en 2011”, del National Center for Education Information. Lo mismo se aplica al número de maestros que consideran que librarse de los sindicatos es fortalecer la enseñanza como profesión.

Por lo tanto, hay que dejar de lado esas tonterías de que el dinero de afuera fue el motivo real de que se venciera a los sindicatos en Wisconsin. Todas las pruebas indican que el resultado fue el simple reflejo de la voluntad de los electores. La lección que los sindicatos deberían llevarse es que así como hay poder en los números, también hay arrogancia —suficiente como para caer en desgracia ante los ojos de los electores y de los trabajadores.