Por ERIC NÚÑEZ, Associated Press
SOCHI, Rusia (AP) — La imagen que se tiene de los rusos es que son gente taciturna. Pues la ceremonia de clausura de los Juegos de Sochi, la olimpiada más cara de la historia, sirvió para confirmar que el buen humor existe en la Rusia de hoy.
En el Estadio Fisht, el grupo de 700 bailarines —ataviados con trajes de color plateado— recreó el fallo de la gala de inauguración hace dos semanas, cuando uno de los cinco anillos olímpicos no se pudo encender durante una secuencia de pirotecnia. El domingo, de manera intencional, los artistas se demoraron en completar la formación del quinto anillo, provocando risas.
Con Vladimir Putin observando con orgullo, el último acto de los Juegos de Sochi comenzó con un despliegue de fuegos artificiales.
Darle una calificación al megaproyecto del presidente ruso, al montar una olimpiada de invierno en una ciudad de clima subtropical, no es una tarea fácil.
Los rusos se autoevaluarán con buenas notas, cumpliendo con el objetivo de su presidente de haberle mostrado al mundo la pujanza del país, lo mucho que ha avanzado tras el desplome del comunismo hace dos décadas.
Obviamente, los detractores de Putin seguirán insistiendo en que Rusia continua retrocediendo en cuanto a los derechos humanos, con una marcada intolerancia hacia los gays.
Otros apuntarán a las imágenes del miliciano que le daba latigazos a las chicas de Pussy Riot; las habitaciones de hotel desocupadas y con agua de color amarillento que brotaba de los grifos; el revuelo por la orden de matar a los perros callejeros; la nieve blanda en las pruebas de esquí alpino; y las excepcionales medidas de seguridad.
Pero nadie puede cuestionar la espectacularidad de los estadios, las imponentes vistas de los picos en la cordillera del Cáucaso y que las justas transcurrieron durante 17 días sin incidentes mayores.
“Este el nuevo rostro de Rusia, nuestra Rusia”, proclamó Dmitry Chernyshenko, el director del comité organizador de los juegos. “Esto es un momento que atesoraremos para las próximas generaciones”.
A Rusia esta fiesta le costó una monumental factura de 51.000 millones de dólares, cifra que superó los 40.000 millones que China desembolsó para la cita de verano en Beijing 2008.
“Lo que se hizo aquí ha sido asombroso”, declaró el presidente del Comité Olímpico Internacional, Thomas Bach.
El jerarca del COI quizá se queda corto al referirse a Sochi, un sitio abandonado en la costa del Mar Negro. Prácticamente todo en la ciudad y en los complejos vacacionales en sus montañas es nuevo, con nada que evocara el estilo triste de la era estalinista.
“Lo que toma décadas en otras partes del mundo, aquí en Sochi se consiguió en sólo siete años”, afirmó Bach en su discurso de clausura.
Y los rusos extinguieron el evento con un distintivo y melancólico momento. Un oso gigante —de casi ocho metros o 26 pies de altura— apagó la llama olímpica con un soplido, tras lo cual derramó una lágrima de su ojo izquierdo.
En cuanto a lo más destacado de las competencias, la lista incluye la inesperada victoria de la rusa Adelina Sotnikova ante la surcoreana Yuna Kim en el patinaje artístico; los dos oros de la eslovena Tina Maze en el esquí alpino; y la sensacional campaña de los patinadores de Holanda en el óvalo al acumular una cifra récord de ocho títulos.
Fue aquí en Sochi donde los noruegos Ole Einar Bjorndalen y Marit Bjoergem se convirtieron en los atletas olímpicos de invierno más laureados de la historia, el primero con 13 podios en biatlón y la segunda con 10 en el esquí de fondo.
También se abrieron las puertas para que las mujeres pudieran intervenir en los saltos con esquíes por primera vez, y los deportes extremos adquirieron un mayor perfil.
Como olvidar el conmovedor momento cuando el relevo femenino de Ucrania en biatlón conquistó una medalla de oro justo cuando su país vivía las horas más violentas de su conflicto político interno.