Durante décadas fue inspiración y fuente de apoyo de todo tipo de revolucionarios de América Latina a África. Fue un acérrimo defensor del socialismo pero su poder comenzó a menguar a mediados de 2006 cuando una dolencia gastrointestinal lo obligó a entregar las riendas del país a Raúl, primero provisionalmente y luego de manera permanente tras las elecciones en 2008. Su imagen de guerrero desafiante perduró incluso años después de haber dejado de fumar cigarros Cohíba y de encorvarse por la edad. “Socialismo o muerte” fue el lema de Castro pese a que la gran mayoría de los países decidieron adoptar las democracias liberales y las naciones comunistas como China y Vietnam abrazaron formas de capitalismo. Incluso vivió lo suficiente para ver a Raúl negociar una reconciliación diplomática histórica con el presidente estadounidense Barack Obama el 17 de diciembre de 2014, cuando Washington y La Habana anunciaron la restauración de relaciones entre los dos países suspendidas en 1961. En una carta publicada tras un mes de silencio, Fidel bendijo el histórico acuerdo con su eterno enemigo. Ambos países abrieron sus respectivas embajadas en julio de 2015 y desde su retiro vio a la bandera estadounidense volver a ondear junto al Malecón de La Habana. Obama visitó la capital cubana en marzo de 2016, otro hito en las relaciones entre ambos países. La última vez que se lo vio fue a mediados de noviembre, cuando se mostraron fotografías en su casa junto al presidente vietnamita Tran Dai Quang. Su vida como rebelde comenzó en 1953 con un osado ataque al Cuartel Moncada, en la ciudad oriental de Santiago, donde la mayoría de sus camaradas cayeron en combate, y tanto Fidel como su hermano Raúl fueron capturados y encarcelados. Fidel usó el proceso penal que se le siguió como una tribuna para exponer sus ideas, escritas en un manifiesto durante su confinamiento. Fue entonces cuando proclamó su famosa frase: “La historia me absolverá”. Puesto en libertad como parte de una amnistía, Castro huyó a México y organizó un grupo de rebeldes que regresó a Cuba en 1956 navegando por el Golfo de México a bordo del yate Granma. Tres años después, el 8 de enero de 1959, decenas de miles de personas salieron a las calles de La Habana para darle una eufórica bienvenida, celebrar la caída de Batista y verlo junto a sus compañeros en el momento de asumir el poder. Washington fue uno de los primeros en reconocer oficialmente al nuevo gobierno confiando en las promesas iniciales de Castro de que sólo quería restaurar la democracia y no imponer un modelo socialista. Pero en cuestión de meses aplicó reformas económicas radicales. Aun así, la revolución inspiró a millones de personas en Latinoamérica, que la consideraron un ejemplo de cómo se podía derrotar al capitalismo estadounidense y construir una sociedad con mayor justicia social. En abril de 2016 se despidió de sus correligionarios con un emotivo discurso durante el Congreso del Partido Comunista y los exhortó a continuar su legado. “A todos nos llegará nuestro turno”, dijo en tono pausado durante su sorpresiva aparición en la cita partidaria que fue aplaudida de pie y con lágrimas en los ojos por los asistentes. “Pero quedarán las ideas de los comunistas cubanos”, agregó Castro vestido con un mono deportivo azul e instalado junto a su hermano Raúl. “A nuestros hermanos de América Latina y del mundo debemos trasmitirles que el pueblo cubano vencerá”.